El chotis del mejicano Agustín Lara es un canto a la capital de España que ya no está de moda, debido precisamente a la pérdida de identidad cultural y al intento de uniformizarse en los proyectos globales y absurdos en que nos encontramos.
Cuando esos mismos proyectos están defendiendo la diversidad de las especies y su protección ambiental, paradójicamente están destruyendo la más importante diversidad de la especie humana, de sus costumbres, tradiciones y culturas que son las que aportan interés a los posibles visitantes. Después de haber viajado un poco y haber conocido pueblos, países, culturas o creencias, se me hace muy cuesta arriba asumir esa clonación globalista y prefiero mantener en el recuerdo las vivencias tan ricas que recibí en mis viajes. Las que me hicieron amar, respetar y entender formas diferentes de vida.
En el caso de Madrid, capital de España, que está sufriendo de las teorías pretendidamente novedosas y vacuas de la llamada “descarbonización” impulsada por los equipos de gobierno más recientes, nos encontramos con una ciudad a caballo entre una supuesta “modernidad” impostada, donde proliferan los más variados artilugios móviles conducidos por gentes ajenas a las normas mínimas de circulación, entre andamios publicitarios gigantescos que ocultan la arquitectura urbana y dejan pingües beneficios, así como las zanjas, vallas, ruidos de las obras públicas inacabables, calles cortadas o las obligadas “gymkanas” de variopintos autobuses, furgonetas, taxis de todo tipo, bicicletas, patinetes, monopatines y demás artilugios, donde sólo faltan los “semovientes” (por cierto los menos contaminantes) en los reducidos espacios de lo que llaman “Madrid Central”.
Un “Madrid Central” que según promesa electoral del actual alcalde sería anulado si llegaba a la alcaldía, para más tarde no cumplir su palabra y ampliar la zona intervenida hasta los límites de la M-30 siguiendo al parecer las instrucciones de la anterior corporación (según Marta Higueras) y de su teórica oposición en el Ayuntamiento. Un “Madrid Central” que se pretende quede en manos de quienes antes eran denostados como “fondos buitre” o inversores, desalojando a la vecindad antigua a base de hacerle la vida imposible. Un “Madrid Central” basado en la chusca teoría de que la contaminación atmosférica (como el virus) está a merced de las ordenanzas municipales en lugar de estarlo a merced de las condiciones climatológicas de cada momento. Un “Madrid Central” que, en lugar de descentralizar urbanísticamente actividades comerciales, las sigue centralizando e incentivando, llevándose por delante los pequeños comercios y la actividad de la pequeña y mediana empresa.
No importa la basura ni los obstáculos que suponen los patinetes tirados en cualquier parte, los dichosos bolardos que, para impedir supuestas infracciones de estacionamiento, son motivo de caídas, golpes y lesiones para los transeúntes. No importa el caos organizado expresamente por la corporación anterior y seguido y ampliado por la siguiente. Hoy Madrid es un gran vertedero de cacharrería infantiloide, abandonada de cualquier forma en cualquier sitio, ya que sus usuarios no tienen la menor responsabilidad. El caos urbanístico y de circulación está servido como podía ser en cualquier ciudad de lo que se llama tercer mundo, donde solo faltan la fauna de vacas, burros, mulas, incluso monos, sustituidos por la explosión de “mascotas” que han venido a llenar la soledad familiar y social de los “urbanitas” modernos.
Madrid tenía un especial atractivo turístico por sí misma, al igual que lo tenían ciudades legendarias por su historia y costumbres, pero ha caído en la trampa del turismo comercial que la confunde con cualquier otro lugar del mundo tan degradado por la “civilización” como es la capital de España. Las viejas casas que aún mantienen su dignidad residencial se van llenando de un turismo incapaz de valorar los espacios y su arquitectura, cuyo principal interés se reduce al menor precio de la cerveza o a las “gangas” de ropa producidas en la externalización barata del trabajo en condiciones precarias.
Detrás de todo ello, como justificación de tanto despropósito, están esas palabras como “ecología”, “ecosistema”, “medio ambiente”, “sostenibilidad”, “descarbonización”, etc. con que intentan adornarse quienes las han ignorado hasta hace poco tiempo en que se han impuesto como moda “progresista”. Son orquestas desafinadas y confusas (propias de la modernidad) dando palos de ciego (en el mejor de los casos), cuando no actuando a sabiendas del destrozo social y urbano que ocasionan en favor de intereses particulares. Porque esa es la realidad: el negocio y el dinero. No hemos aprendido nada de los excesos, abusos y daños que las políticas equivocadas de ordenación territorial han provocado a lo largo y ancho de España, donde las licencias absurdas, las calificaciones de suelos interesadas y la codicia fiscal hacen más daño que el achacado al crecimiento demográfico.
Por cierto, el carbono junto con el agua está en el origen de la vida en el planeta y en su mantenimiento hasta la actualidad. No juguemos a ser aprendices de brujo.
FOTO: Caos en la Gran Vía de Madrid | Foto original de Giuseppe Buccola