Con el fin de establecer e imponer unas teorías irracionales que responden a intereses particulares, la política ha buscado términos rimbombantes (pero vacuos) que impresionen a una sociedad desarmada previamente en cuanto a su formación y conocimientos, que se han ido convirtiendo en el “catecismo” de la supuesta modernidad. Así surgió el concepto de “Transición ecológica” que, incluso ha dado lugar a una cartera ministerial con rango de vicepresidencia, cuya titular se encuentra ahora en proceso de “transición personal” a una de las muchas carteras de la Comisión Europea o gobierno de Europa, donde se cuecen las mismas habas con términos como “resiliencia” (resistencia), “sostenibilidad” (permanencia), o el calificativo de “verde” (rijoso) aplicado al planeta antes “azul”.
El significado del mismo es muy simple: la palabra “transición” sería el cambio progresivo de una situación a otra. Al añadirse el calificativo “ecológica”, pretende que el referido cambio de situación abarque a todos los elementos existentes en un ecosistema determinado: la totalidad del planeta Tierra. De esta forma, con dos palabras nos estamos obligando a “transitar” o a cambiar no sólo una especie (la humana), sino todas las especies del mundo orgánico de la Biosfera, más todos los elementos inorgánicos que se corresponden con la orografía de los continentes y su tectónica o las condiciones atmosféricas en que se encuentra el planeta, ya que el concepto no restringe tal transición a cosas, especies o lugares específicos. Mucho “curro” por delante para los cada vez más simples e ignorantes mortales que defienden estas teorías. Todo eso -como la muerte en la película- tiene un precio en impuestos que los gobiernos-títeres se encargarán de cobrar a los inermes ciudadanos directa o indirectamente.
Naturalmente la ignorancia supina de quienes avalan y propagan tales cosas se olvida de que el planeta Tierra depende de múltiples factores cósmicos y, sobre todo, de la actividad solar y se lanzan a hacer “leyes climáticas” (o como la surrealista “ley de restauración de la Naturaleza” que ya se ha comentado en otros artículos), ignorando que la verdadera ley del Universo es la transformación continua y permanente de todo lo que contiene, como pueden confirmar los ilustres científicos de la Real Academia de Ciencias Físicas, Exactas y Naturales (órgano consultor del Estado, que no del gobierno).
“Estamos ante un endiosamiento de la técnica y de la Ciencia, que luego no pueden resolver contingencias puntuales”, decía un profesor de Humanismo en un coloquio sobre la “gota fría” que se abate en estas épocas del año sobre el Mediterráneo. Y tiene razón. La pretenciosidad de la política y la tecnología a su servicio, no pueden evitar nunca el funcionamiento del Cosmos. Como mucho podemos acercarnos a conocer ligerísimos aspectos del mismo, pero nunca podremos imponernos a sus leyes propia, tan ajenas a ese mundillo de unos cuantos “expertos” al servicio de sus amos, que se erigen en portavoces de las Ciencias.
En el caso de las consecuencias de estos fenómenos naturales (como son las “gotas frías” en el caso más reciente), se buscan responsabilidades en esas organizaciones políticas y administrativas que llamamos “estados”, suponiendo que en las manos de sus políticos (muchos de ellos sin preparación) están las respuestas a las numerosas incertidumbres que todo el sistema terrestre nos va a poner por delante. Por desgracia no son los sabios los que conducen a los pueblos, sino los más poderosos en influencias, relaciones, y dinero. Sobre todo, mucho dinero.
Los “estados” y sus servidores no están para imponer ideologías perversas, acientíficas, irracionales o simples estupideces caprichosas, invirtiendo en ello y sangrando para ello a las gentes que gobiernan. Están para conocer todo el conjunto de elementos que conforman el territorio o ecosistema en que se van a producir actividades humanas de cualquier tipo, sus efectos colaterales y los secundarios. Para ello la sociedad mantiene órganos más o menos especializados, protocolos administrativos innecesarios ante el conocimiento y la experiencia que luego no sirven de nada y una estructura orgánica e institucional de “eficaces vasallos, si tuvieran buenos señores”. Pero no, esos servidores públicos se encuentran con “cargos” que les vienen grandes para ejercer y respetar su supuesta “auctoritas”.
Esta catástrofe ha sido aprovechada (¿cómo no?) por la propaganda oficial e institucional para esas “cumbres del clima” que Naciones Unidas viene convocando desde hace unos cuantos años (a las que nos hemos referido en “Los figurantes del clima”), en relación con toda esa clase de cargos teóricamente responsables de estas cuestiones que, en la edición de esta año (COP 29) en Bakú (Azerbaiján), ha contado con la presencia del presidente español (aunque la representación oficial en estos actos internacionales corresponde al Jefe del Estado, artº 56 C.E.), que ha utilizado torticeramente a la Ciencia para decir que lo ocurrido en Valencia, ha sido consecuencia del “cambio climático”.
He tenido la oportunidad de desmontar en varios foros y ocasiones estas manifestaciones, dejando en evidencia a quienes las realizan alegremente. Hoy en el discurso del presidente de gobierno de España en Bakú, es preciso señalar cómo se puede retorcer un fenómeno científico como son los continuos y permanentes cambios en el planeta (incluyendo los climáticos) para ponerlos al servicio de intereses particulares.
Simultáneamente y como es lógico, la ministra de Transición Ecológica del gobierno de España no ha sido aprobada (de momento) por el Parlamento Europeo como comisaria, probablemente teniendo en cuenta precisamente su responsabilidad en la gestión de prevención y neutralización de los efectos de una de las más importantes “gotas frías” en zonas medioambientales sensibles por su orografía y geomorfología.
Ya España empieza a calificarse como “estado fallido” ante los muchísimos fallos institucionales (a pesar de la enorme masa de éstas) y una gran parte de “la soberanía nacional de la que emanan los poderes del Estado” (artº 1.2 C.E.), habla de repensar el mismo a la vista de su incompetencia para defender a la nación de la que ha emergido, fracturada en sistemas autonómicos enfrentados al Estado y leyes de todo tipo y color que, al final, provocan la inseguridad jurídica que padecemos y en la que es imposible la democracia.