La huella de carbono (CO2)

Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

Desde hace ya tiempo, cuando empezaron las paranoias de la acción tóxica y negativa que el dióxido de carbono (CO2) ejercía en la atmósfera, comenzó a utilizarse un concepto tan “peregrino” como la “huella de CO2” que todos los emisores de este gas dejan en el aire. Desde las emisiones naturales en el mundo animal, hasta emisiones procedentes de las actividades humanas. De esta forma se fue generando una ideología a medio camino entre la desinformación y el esperpento que, como siempre ocurre, acaban por pagar los de siempre, produciéndose una inflación mental y económica que servirá para alimentar el sistema clientelar político en que nos movemos.

Ya tenemos un nuevo concepto que añadir al recibo de la luz: la huella de carbono que todos y cada uno de los seres vivos dejan en el aire (desde el elefante africano hasta el organismo más simple), junto con los muy variados fenómenos geológicos, climatológicos y atmosféricos que se producen en la corteza terrestre y en los océanos, con diferentes duraciones, intensidades y consecuencias.

Como suele hacerse en estos casos, se aplican cálculos con resultado previsto según los “modelos” prefabricados desde sistemas de IA ya que la inteligencia natural y el talento crítico, no permitirían atrocidades “científicas” como las que van surgiendo de la política globalista universal donde todo tiene cabida, con unas “alegrías” fruto de unas buenas recompensas. Así, no sabemos ni cómo ni de qué manera un aguerrido ejército de funcionarios puede ir aplicando la tasa de una emisión puntual de la mosca tsé-tsé”, en su lugar de actividad y las emisiones de una mascota doméstica a miles de kilómetros. También se desconoce el tipo o modelo de artefacto capaz de separar las emisiones naturales e involuntarias de las que se producen con voluntad de daño al Medio Ambiente. Tampoco si unas emisiones benefician a la humanidad o si, por el contrario, responden a beneficios particulares.

Todo ello se hurta a la información “veraz” constitucional, mientras la gente se limita al consabido “es lo que hay” y acepta resignadamente lo que le exijan.

Para empezar, conviene recordar que el CO2 está en el origen de la vida hace miles de millones de años. Que el fenómeno natural de la fotosíntesis a través del cual las plantas capturan el CO2 del aire y lo convierten en compuestos orgánicos, proceso que produce oxígeno que todos necesitamos para vivir. “En el gran círculo de la interdependencia de la vida, todas las criaturas dependen de las plantas que, por fotosíntesis, aprovechando la luz del sol, transforman el aire y el agua en las moléculas elementales de los hidratos de carbono”. Pues no, no sólo se ha intentado eliminar el CO2 (cuestión imposible) de forma coercitiva y anticientífica, sino que se ha creado toda una parafernalia dedicada a aplicar un impuesto para… ¡eliminar el CO2, el oxígeno de aire! ¿Cabe mayor felonía o estupidez?

Y todo se trata de justificar con un supuesto “calentamiento global” cuya media a lo largo de cientos de años estaría +/- 1,8º C (la diferencia de estar al sol o estar a la sombra un día primaveral). Nadie parece haberse dado cuenta de que los tiempos geológicos tienen sus propias reglas y, en lo que parece, hay más de enfriamiento progresivo (todo depende de que podamos controlar las tropelías pretendidamente científicas sobre la atmósfera) que de “calentamiento”.

El torero Marcial Lalanda (también se atribuye a “el Gallo”) decía aquello de: “lo que no pué ser, no pué ser y, además es imposible”. Pues estamos ante eso. Aproximadamente de cada 100 partes del CO2 existente en la atmósfera, en su mayor parte procede de las aguas y procesos biológicos que se desarrollan en la superficie de los océanos (+/- 90%). Otra parte procede de fenómenos sísmicos o volcánicos (+/- 3%) y el residuo restante tendría como origen las actividades humanas y las emisiones de los seres vivos cuya “huella de carbono” haya podido explicitarse y medirse caso a caso para justificar el impuesto. Todo el “montaje” alrededor del CO2 tiene un sólo sentido: más dinero para mantener las plutocracias privadas e institucionales que sirven para adoctrinar a las masas.

Por cierto, habría que preguntarse si el auge de las enfermedades respiratorias en estos últimos años pueda estar relacionado con la pretendida eliminación del CO2, la consiguiente deforestación y el subsiguiente empobrecimiento de la producción de oxígeno. Nunca tantas personas han requerido tantos elementos artificiales para respirar en el descanso nocturno, pero tampoco nunca el aire ha sido tan agredido como desde que se intenta “modificar” el clima (otra insensatez para justificar lo injustificable).

Basta ya de tomar por ignorantes a los ciudadanos. Basta ya de complicidades espurias desde los intereses personales para aplicar impuestos y tasas surgidos del capricho o de las fantasías infantiles de unos cuantos. La cruda realidad es que el papel de los seres humanos se limita a adaptarnos a las condiciones cósmicas, planetarias y naturales, estudiarlas, conocerlas, pero jamás intentar modificarlas (las alas de Icaro se funden cuando se trata de llegar al Sol), más allá de los medios más elementales: cobijo, indumentaria, etc. tal como ha ocurrido a lo largo del tiempo.

¿Nos podemos imaginar un “operativo” de seguimiento de emisiones biológicas de CO2 solo de los seres vivos de todo el planeta? ¿Y si el operativo, para ser riguroso debiera cuantificar en centímetros cúbicos/minuto la cantidad y calidad de todas las emisiones de CO2 incluidos los fenómenos naturales, las continuas variaciones ambientales, los diferentes ecosistemas y sus transformaciones? ¿Quién se ha arrogado la decisión (sumamente grave) de establecer e imponer cifras para la “huella de carbono en las facturas privadas de los ciudadanos?

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