Atravesamos un ciclo vital y temporal en el que reina el pesimismo, una visión que inunda los medios de comunicación y que como tal se transmite a todos los habitantes de un planeta del que ya se duda pueda sobrevivir a las cada vez más frecuentes y devastadoras agresiones propiciadas por el hombre. Pues, bien, de vez en cuando surgen voces que contradicen estas previsiones de un futuro apocalíptico. Este es el caso del ensayo En Busca de la Libertad (Gaveta Ediciones, 200 páginas), del doctor en Física Nuclear Manuel Fernández Ordoñez, considerado actualmente uno de los mayores especialistas en el sector energético.
El libro se abre con una descripción de la visión que, a través de la práctica totalidad de los medios de información, nos está conformando esa visión apocalíptica del mundo en general y de nuestro planeta en particular: “Estamos acabando con nuestro planeta, nuestro estilo de vida es insostenible y el creciente número de seres humanos empeora las cosas a pasos agigantados. Todo ello, unido al catastrófico cambio climático, ocasionará en el futuro cercano un vasto sufrimiento a millones de personas. Se acercan enormes migraciones, cruentas guerras por unos recursos cada vez más escasos, unas cosechas cada vez más exiguas, fenómenos naturales cada vez más virulentos que originarán una destrucción sin igual. La sociedad ha entendido el problema y, guiada por sus líderes políticos, pide urgencia y firmeza en las soluciones”. Nada hasta aquí, por lo tanto, que disienta del repaso diario a una actualidad plagada de amenazas.
Sin embargo, el autor se rebela de inmediato y exhibe desde el principio su oposición al afirmar que todo esto tiene un fallo fundamental: que la realidad de los datos no apoya ninguno de los dos mensajes, ni el del apocalipsis ni el de la urgencia. No desmiente que la ciencia nos esté enviando mensajes claros y evidentes, pero acusa abiertamente a la clase política de desvirtuarlos “de modo mayúsculo” cuando adopta sus decisiones y las justifica para que los ciudadanos, contribuyentes y sobre todo paganos, las terminen aceptando con resignación e incluso sumisión.
Abunda en ello la autora del prólogo, la también doctora María Blanco, cuando afirma que “estamos ante un libro contra el pesimismo, que combate el catastrofismo con realismo”. Y es que, a su juicio, la relevancia de este punto reside en que el pesimismo, inoculado desde medios de comunicación y desde el gobierno, es precisamente uno de los caminos más efectivos para lograr que los ciudadanos consientan en ceder su libertad y depositarla en manos de los gobiernos de turno.
“El apocalipsis climático es un relato político, no científico”, afirma rotundamente Fernández Ordoñez, que a lo largo de las cinco partes de que consta el libro analiza la situación histórica global de la humanidad –“nunca hemos estado mejor que ahora, en ninguna época de la historia”, asevera con rotundidad-; desmonta las tesis maltusianas que permean el discurso apocalíptico desde el siglo XVIII; explica el surgimiento del mercado y de la economía en libertad, y no se corta un pelo en hacer una firme defensa del capitalismo como el modelo económico que mayor bienestar y desarrollo ha traído a la humanidad, con demostración científica incluida de cómo ha sido el sistema económico capaz de sacar de la pobreza a millones de personas en todos los países que lo han abrazado.
El libro no quita un ápice de gravedad a los problemas a los que se enfrentan la humanidad en general y cada país en particular, y señala a los enemigos del progreso, el principal la falta de libertad. Sitúa por el contrario a la energía como factor fundamental para el progreso y analiza las causas y evolución del enorme problema energético que está condicionando actualmente la geopolítica global.
Aboga por otra forma de analizar las cosas, rechaza la política clásica de elegir ganadores cuando existe un conflicto, “que se ha demostrado no funciona a largo plazo y atrae a buscadores de renta que se lucran mientras tratan de “resolver” el conflicto.
Tan exhaustivo análisis, explicado con la concisión y simplicidad de un lenguaje divulgativo, deja al lector que saque sus propias conclusiones, no sin señalar él mismo que donde todo ha fallado es porque no se ha probado lo obvio: dejar que sean las personas involucradas directamente en el conflicto las que decidan cómo solucionarlo intercambiando libremente derechos de propiedad sobre el recurso que está generando el conflicto, en suma dejando que sea el mercado el que asigne los recursos y la iniciativa privada la que genere los mecanismos para la solución del problema.
No es, pues, arriesgado aventurar que el libro no gustará a los partidarios del intervencionismo a ultranza, sean de la variedad populista que sean, ni a los que quieren regular hasta el pensamiento y la conciencia, y prohibir todo lo que suene a autonomía y libertad personal. A cambio, y en medio del pesimismo ambiental reinante, hace emerger en el lector ansioso de saber y descubrir nuevas sendas un sentimiento actualmente tan escaso como las tierras raras: la esperanza.
Gracias por la referencia al libro que habrá que leer sin prejuiicios ni dogmatismos.
En «El Mentor» ya se están publicando otros artículos en la misma línea basados en la Ciencia pura y dura.
Va siendo hora de desenmascarar relatos interesados con la corriente fresca de la verdad y la realidad.
Un saludo.