La guerra fría cultural

Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

«La mejor manera de hacer propaganda, es que no parezca que se está haciendo propaganda…»

Richard Crossman, Director de PWE para la guerra psicológica

Cuando finalizó la 2ª Guerra Mundial y las hegemonías pretendían ser ideológicas (capitalismo USA y comunismo soviético), comenzó a perfilarse otra forma de confrontación: la de la propaganda. Una forma de guerra fría mucho más efectiva que los cañones y las bombas a través de la Cultura, a la que la periodista británica Francesc Stonor Saunders, dedicó cinco años de investigación que al final vieron la luz en su obra “La CIA y la guerra fría cultural” .

La enorme recopilación de documentos venía a demostrar que “durante los momentos culminantes de la guerra fría, el gobierno de EE.UU. invirtió enormes recursos en un programa secreto de propaganda cultural en Europa occidental” desde la Agencia Central de Inteligencia a través del “Congreso por la libertad cultural” entre los años 1950 y 1967. Una organización con representación en treinta y cinco países que dominó la vida cultural de la época promocionando todo tipo de actos, publicaciones y personajes, con el objetivo de “apartar sutilmente a la intelectualidad de Europa occidental de su prolongada fascinación por el marxismo y el comunismo y ver el mundo más de acuerdo con el concepto americano”.

Hay que recordar que ya durante la 1ª Guerra Mundial, organizaciones de carácter filantrópico como las fundaciones Carnegie, Ford o Rockefeller, tendieron sus redes europeas (en el mundo sanitario, sobre todo), iniciando así la influencia americana en el Viejo Continente, según la obra “L’argent de l’influence” (Ludovic Tourné), que realiza otra amplia investigación sobre el tema.

Como base ideológica estaría ese “Fundamentalismo USA” (Johan Galtung) que haría comprender que “el mundo precisaba una paz americana, una nueva época ilustrada a la que se bautizaría como el Siglo Americano” que Kissinger identificó como una “aristocracia dedicada al servicio de la nación, en nombre de unos principios más allá del enfrentamiento partidario…” que los llevaría a “ser los elegidos de Dios para ser los guías espirituales de otros pueblos. A este respecto el político e historiador americano George Frost Kennan decía: “Rechazo las ideas mesiánicas sobre el papel de América en el mundo; rechazo un concepto de nosotros mismos como maestros y redentores del resto de la humanidad, rechazo la falsa ilusión de nuestra exclusiva y superior virtud y todas esas zarandajas sobre el Evidente Destino o el Siglo Americano”.

En el año 1965 se hablaba ya del llamado “Proyecto Camelot” puesto en marcha por la “Special Research Operations Office (SORO)” del ejército de EE.UU. con el fin de desarrollar “un modelo general de los sistemas sociales que posibilitara predecir e influir políticamente en las naciones en vías de desarrollo del mundo” con especial interés en Hispanoamérica, que contaba ya con una considerable nómina de agentes y que acabó en un escándalo político de “colonialismo científico” (según Galtung).

En el proyecto para Europa, se implicaron personajes, organizaciones y dinero en forma encubierta, cuya doble tarea consistía en “vacunar al mundo contra el comunismo y facilitar los intereses americanos de política exterior” a base de “engrasar” voluntades “colocando a los intelectuales y sus obras como piezas de ajedrez para jugar en el Gran Juego… Hubo pocos escritores, poetas, artistas, historiadores, científicos o músicos, cuyos nombres no estuvieran vinculados en mayor o menor medida a la operación de la CIA” (según Stonor) que señala la “guerra psicológica” en la que “el sujeto se mueve en la dirección que uno quiere, por razones que piensa son propias”, a partir de lo que el filósofo húngaro Arthur Koestler definía como “circuito internacional académico de putas por teléfono”. Por su parte el escritor Gore Vidal las describe como “esas ficciones oficiales en las que se han puesto demasiado de acuerdo, demasiadas partes demasiado interesadas cada una con sus propios mil días en los que construir sus propias y engañosas pirámides y obeliscos…”

Europa recién liberada se convertía en el lugar donde los vencedores pisaban fuerte en todos los aspectos. Al mercado negro de productos americanos, documentos falsos y “okupación” de viviendas de los vencidos, se unían esas fiestas de celebración (tan del gusto USA), en los mejores y más prestigiosos hoteles y residencias particulares, donde se mezclaban intelectuales como Hemingway, Scott Fitzgerald y otros muchos con los agentes de los servicios secretos (Oficina de Servicios Estratégicos) en libaciones generosas de alcohol.

Poco a poco fue tomando forma la estructura de la “guerra fría cultural” por medio de personajes como Michael Josselson (un estonio-ruso) o Nicolás Nabokov (exiliado ruso-blanco) que por sus condiciones fueron considerados óptimos para las tareas previstas de “desnazificación,” ya que “los americanos no tenían idea de lo que sucedía”. Un proceso aleatorio de purga en que (como suele suceder) quedaron fuera personajes famosos como los directores de orquesta Furtwängler y Von Karajan o la soprano Elisabeth Schwarzkopf a pesar de su colaboración con los nazis.

Cuando en 1947 los rusos inauguraron una “Casa de la Cultura”, el proyecto americano tomó fuerza contraatacando con las “Casas de América”, y el desembarco en Europa de una muestra de su arsenal cultural. donde se mezclaban escritores, artistas, actores y músicos en todo tipo de actos que. a su vez, se completaban con publicaciones como “Der Monat” financiada con fondos reservados del Plan Marshall” o el conjunto de ensayos “The God That Failed” (según Stonor) todo ello bajo la idea de la CIA: “¿Quiénes mejor que los excomunistas para luchar contra los comunistas?” Se trataba de captar, movilizar y comprar a la izquierda no comunista. Y lo hicieron.

El 25 de marzo de 1949, el hotel Waldorf-Astoria de Nueva York protagonizaba una “Conferencia Cultural y Científica para la Paz Mundial”, con la asistencia de mil delegados, monitorizada por la CIA y organizada “oficialmente” por el millonario miembro de la Ivy League, Corliss Lamont, hijo de J.P. Morgan que era uno de los que pagaba la fiesta, con la asistencia de los soviéticos en la que se justificaba “sin la resistencia soviética, el nazismo habría ocupado toda Europa” (Arthur Miller) que más tarde sería continuada por el citado “Congreso para la libertad cultural”, una estructura más sólida para la propaganda en Europa de EE.UU., con la revista “Encounter” –entre otras-como mascarón de proa desde donde se financiaron posturas “progresistas” de izquierda, pero radicalmente anticomunistas…

Desde entonces hasta ahora poco ha cambiado. Ya Spengler advertía en su obra “La decadencia de Occidente” sobre las dos clases sociales primordiales (nobleza y sacerdocio) de que ambas se basaban en el “sentimiento de un rango concedido por Dios y por tanto sustraído a toda posible crítica, ya que su vida no es para vivirla sino para tener un sentido…”. Por su parte, el senador William Fulbright comentaba: «Existe literalmente una miasma de locura en la situación entre EE.UU. y Rusia cuya política puede obedecer más a un temor por su seguridad, que a un plan de conquista del mundo”.

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