La política siempre ha formado parte de los vaivenes de eso que se llama “mundo del corazón”, incluso en los niveles más altos. Baste recordar en épocas del absolutismo monárquico ese mundo de amantes, favoritas (y favoritos), queridas (y queridos) e incluso barraganas que inspiraron entre las sábanas decisiones de estado. Sin ir más lejos en España tenemos ejemplos conocidos en nuestras monarquías de varios de ellos: Godoy con la reina María Luisa “en las mismas narices de un pintoresco Carlos IV” ayudado por Teresa Cabarrús (“profundamente hetaira, esencialmente provocadora a pesar de estar casada”), para labores diplomáticas, dados sus muchos encantos y su hermosura. “Las majas de la corte están contentas, pues dicen que a Godoy le hacen alteza…”. En este caso la “Cabarrús” llegaría a ser amante del ministro Paul Barras y de Tayllerand ministro de Exteriores, durante la Revolución Francesa. El propio Godoy alternaría a su esposa María Teresa de Borbón con su amante Pepita Tudó (nombrada condesa de Castillofiel) compartiendo con ambas mesa, mantel y cama.
El caso del propio Napoleón, enamorado hasta las cachas de una infiel Josefina (con fama de “coleccionista de hombres”) que le traicionaba públicamente a pesar de haberla hecho emperatriz, se ha recogido en una reciente y gran producción cinematográfica. “El emperador tampoco es que pudiese bromear demasiado sobre cornamentas dada la fama de su señora… que compartió amantes con la Cabarrús como es el caso de Paul Barras” (entre otros como el oficial de caballería Hipolite Charles ). La misma sociedad que antes la adoraba. empezó a darle de lado por lo libertino de su pasado y Napoleón se lanzaría a conquistas femeninas compulsivas.
Tampoco el caso de Fernando VII (del que su madre la reina María Luisa confesó que era “regalo de un fraile de El Escorial”), fue muy diferente y del que su primera esposa María Antonia dice: “No le quiero nada. Me sirve de consuelo el desprecio que me inspira su persona… No es siquiera animalmente mi marido” (a pesar de poseer -al parecer- un enorme miembro). Algo que parece resolverse un año después. No obstante son conocidas las broncas entre la reina María Luisa (de la que la reina Carolina de Nápoles dice que es una perdida) y su nuera. De hecho se considera que los dos últimos hijos de María Luisa son de Godoy.
“Caló la idea de un pobre hombre bobo y cornudo (Carlos IV), engañado por la malvada y ninfómana de su mujer (María Luisa), con un chorizo y chulo que tenía como única virtud su entrepierna” (dice Miguel A. Ordóñez en su libro “Dos siglos de bribones y un malandrín” de donde extraemos datos y comentarios en este artículo y de quien se supone que ninguno de sus catorce hijos era legítimo, según testimonio del confesor de la propia reina María Luisa.
Por su parte José Bonaparte, hermano de Napoleón nombrado rey de España, se encontró con que su mujer francesa Julia Clary, no le acompañaría a su nuevo reino, con lo que tenía la puerta libre para volar en busca de acompañante. La primera de ellas sería María del Pilar Acedo, noble por dos partes: condesa del Vado y de Echauz y marquesa de Montehermoso, mientras su esposo Ortuño Aguirre “miraba hacia otra parte”. No obstante “su capacidad amatoria” se amplió a otras conquistas”. Entre ellas la condesa viuda de Jaruco María Teresa Montalvo O’farrill, una culta y atractiva cubana a la que convirtió en su amante oficial, instalándola en un palacete donde se daban las reuniones de la más alta sociedad española, hasta que murió dos años después de muerte natural, siendo enterrada en el jardín del mismo (ahora bajo la Gran Vía madrileña). A su muerte el rey cortejó a la hija de esta María Mercedes Santa Cruz, heredera de la sensualidad criolla de la madre de la que Lady Holland decía: “Es la belleza más magnífica y radiante que he visto jamás, la mismísima descendencia del Sol”. Aficionada a la música, a la literatura y a las artes, la casó con uno de sus generales: el conde de Christophe-Antoine de Merlin quien, a la pregunta del propio José: “General Merlin: si un rey cortejase a su mujer ¿qué haría usted en ese caso?” respondió: “Lo mataría señor”. Se dice que cuando José Bonaparte salía de España hacia el exilio, le acompañaría su amante María Pilar de la que estaba enamorado.
El matrimonio de Fernando VII (cuyo miembro viril era consecuencia de la llamada “macrogenitosomia”) y María Cristina de Borbón, trajo al mundo a su heredera Isabel, cuyas andanzas palaciegas han quedado en las crónicas y en la Historia. Antes de eso, su madre la regente del reino, tenía ya antes de enviudar un conocido romance con el capitán Agustín Muñoz, natural de Tarancón con quien tendría en forma clandestina ocho hijos (vivos sólo cinco) conocidos como “los muñoces” que serían asignados a gentes de confianza, hasta ser enviados a Paris, evitando de esta forma la pérdida de la regencia. Su matrimonio con Muñoz “pintaba a la reina como una mujerzuela, casquivana en su juventud, descontrolada por una pasión ardiente, irregular y brutal”.
Su hija Isabel II fue reina a los trece años de edad, ante la renuncia de su madre. No obstante, empezó a buscar un novio para ella, encontrándolo en el infante Francisco de Asís (conocido como “el natillas” por una malformación de su aparato genital), ante la imposibilidad de encontrar otro más adecuado. De su reinado entregado a fiestas y a los hombres, se conocen y han escrito un montón de relatos desde relaciones lésbicas hasta sus líos con el general Serrano al que llama “el general bonito” que quedan reflejados en el álbum “Los borbones en pelota” atribuido a los hermanos Bécquer, donde aparecen personajes del círculo real como sor Patrocinio (y sus llagas) a quien se atribuía trato carnal con el cura Fulgencio confesor del rey quien, a su vez, “consentía los amantes de su mujer a cambio de retribuciones”. Entre ellos el conocido como “Pollo Arana” o el ingeniero Enrique Puigmoltó (a quien se atribuye la paternidad de Alfonso XII) “.
Cuando hemos conocido más recientemente como la política sigue en manos del “mundo del corazón” o de simples “caprichos” muy propios de quienes se sienten por encima de los demás, saltan nuevos episodios relacionados con el mundo de la realeza, para demostrar que los instintos más elementales han llevado muchas veces a las sociedades humanas, más desde los genitales, que desde la razón, el intelecto o del propio amor.
FOTO: Napoleón y Josefina con la echadora de cartas. Josef Danhauser, 1844.