Cuando me dispongo a escribir sobre un tema concreto, trato de hacerlo bajo la objetividad y la realidad que me permite mi humilde entender y saber, adquiero el papel de espectador bajo el cual intento razonar y analizarlo de una forma sensata, realista y desde esa perspectiva de imparcialidad desmenuzarlo hasta llegar a la conclusión de los beneficios y daños colaterales que provoca en general el tema analizado.
En alguna ocasión se me ha tildado de analizar algunos temas dejándome llevar por criterios más bien de pesimismo o negativismo a la hora de enjuiciar y calificar las conclusiones extraídas sobre el asunto tratado, pues bien, bajo mi punto de vista y analizando las declaraciones, sucesos que se producen y noticias que son divulgadas diariamente por los múltiples medios y espacios de comunicación, tanto escritos como visuales, he considerado oportuno analizar cuál es el grado de optimismo, pesimismo o realismo que me produce el impacto del suceso o la noticia en sí, el desarrollo que hago y las consecuencias que saco de la noticia o el hecho analizado y las conclusiones a las que he llegado. Vayamos pues al análisis y reflexión empleado sobre el tema:
Pesimismo es un estado de ánimo y una doctrina filosófica que sostiene que vivimos en el peor de los mundos posibles, un mundo donde el dolor es perpetuo y nuestro destino es tratar de obtener lo que nunca tendremos. El pesimismo niega el progreso de la civilización.
Schopenhauer, el padre del pesimismo filosófico nos ofrece algunas claves para desprendernos de las ilusiones huecas, pisar firmemente la realidad y no caer en la vana ilusión de una esperanza que siempre nos promete tiempos mejores. El pesimismo de Schopenhauer nos redime de un peligroso buenismo y nos reconcilia con el aspecto más terrible y oscuro del mundo.
Optimismo es, como todos sabemos, la antítesis del pesimismo. Sugiere que vivimos en el mejor de los mundos posibles, y fundamenta el pensamiento positivo y esperanzado frente a los nubarrones de apatía y tristeza que promueve el pensamiento pesimista.
Aunque hoy día está mucho más promovido y extendido que el pesimismo, cada nuevo día resulta más difícil encontrar pensadores e historiadores que desarrollen una visión positiva del mundo y del ser humano, desgraciadamente es generalista la visión de las cosas en su aspecto negativo más que en su aspecto positivo, a los positivistas siempre se les ha tildado de ilusos, ingenuos y crédulos.
En psicología se hace más necesario el optimismo que el pesimismo ya que una visión negativa de los acontecimientos coacciona y retrae a las personas. El ser pesimista nos echa para atrás a la hora de emprender una acción, mientras que el tener una visión positiva nos produce todo lo contrario, nos hace sentir más valientes y confiados en que el resultado final será provechoso, aunque también el batacazo puede ser enorme.
Desde este punto de vista, y teniendo en cuenta la temporalidad y fragilidad de nuestra existencia como individuos, el optimismo es el que más nos atrae, nos impulsa a actuar, a aprender, a descubrir, a intentar y a fracasar. En definitiva, podría decirse que es la visión positiva la que nos impulsa a hacer cosas gracias a la confianza que nos impregna, mientras que, la visión negativa es la que nos frena a hacerlas por culpa del miedo que nos atenaza.
Si decidimos ser optimistas y al final ese optimismo resulta injustificado, al menos habremos vivido con ilusión, buen humor y cierta felicidad inducida por la esperanza. Si decidimos ser pesimistas y al final nuestro pesimismo resulta injustificado, es posible que nuestra vida haya supuesto una frustración, una pérdida de tiempo.
Realismo es la forma de llegar a la representación objetiva de la realidad, basándose en la observación de los aspectos cotidianos que nos brinda la vida de la época.
Hay quien no se considera pesimista ni optimista, sino “realista” (en símil político ser “de Centro”). Esta definición no es más que un término medio entre ambas, en realidad como todo término medio, nunca esta exactamente a mitad de camino de dos opciones, sino que parece estarlo. Siempre estará más cerca de una que de la otra, por lo que podríamos decir que una persona que se considere a sí misma realista es en realidad un optimista o un pesimista, pero muy moderado en sus opiniones, sin ningún radicalismo.
El realismo y la objetividad nos llevan a la conclusión de que cuanto más te informas y más investigas sobre algo, más te das cuenta de todo lo que hay detrás, de todos los engranajes que se mueven y los intereses que lo rodean, y a veces puede ser difícil de asumir. Si te conviertes en un experto acerca de cualquier tema de ámbito social, descubrirás que, en la práctica totalidad de ocasiones, las cosas son como son porque están condicionadas a que así sean. Y no precisamente porque interese a la mayoría de la gente, sino porque interesa y lo condiciona quien está al frente de ese ámbito y saca provecho de él, de forma más o menos legal, más o menos licita, es decir, de forma más o menos corrupta.
Para desgracia nuestra, el indagar y buscar hoy día, con el mayor realismo y objetividad posible explicación a lo que estamos viviendo frustra y asquea a los que, de forma despreocupada y bienintencionada, tienen una visión optimista de las cosas, aquí podemos dar cabida en su mayoría a todas esas personas que han cedido su voluntad de crear a otros a cambio de garantizarse una seguridad y un buen futuro. Estas cosas generan tristeza, desengaño y revierten de una dinámica de pensamiento positivo a una de pensamiento negativo. Es decir, podemos pasar de pensar de forma optimista a hacerlo de forma negativa.
Hay quien dice que la única forma de ser realmente feliz es vivir en la total ignorancia, y no es algo nuevo. Cuando alguien dice esto, seguramente sin saberlo, está repitiendo uno de los argumentos básicos del pesimismo:
Según Aristóteles en la Leyenda del Sileno, tal vez vivir en la ignorancia sea la forma más fácil, el modo más rápido y el camino más recto para ser feliz, (ojos que no ven, corazón que no siente) aunque ni mucho menos tiene por qué ser el mejor:
Tratar de razonar y analizar de forma profunda las cosas para alejarnos un poco de la ignorancia no tiene por qué ser un sinónimo de tristeza ni de pesimismo, todo lo contrario, debe de conducirnos a tener una visión positiva y más formada de la vida y, gracias a ello, el conocimiento nos ayudara a mejorar, a ser más optimistas, más felices. Si lo que queremos es engañarnos a nosotros mismos, también podemos hacerlo de una forma mucho más agradable y esperanzadora dejándonos llevar a través y gracias al pensamiento optimista.
¿Como podríamos definirnos hoy? ¿Cuál sería la forma correcta de enjuiciar la situación que vivimos? ¿Hasta dónde nos puede influir nuestro pesimismo u optimismo a la hora de enjuiciar y canalizar las problemáticas que nos atribulan cotidianamente? He realizado una comparativa sobre qué tipo de noticias estamos recibiendo a través de todos los medios de comunicación a nuestro alcance y el resultado no deja lugar a dudas: El porcentaje de noticias malas no baja del 60/65%, el de noticias intrascendentes es del 20% y el de noticias buenas que merecerían una celebración el 15%. Esta es la realidad con la que nos enfrentamos diariamente. No he incluido las redes sociales de Internet, pues a través de ellas puedes recibir cualquier tipo de información, real o imaginaria, fantasiosa y destructiva, es el medio más incontrolado y peligroso para según que gustos y deseos (o vicios) de muchos sin reparar en las consecuencias.
Hagamos un ligero repaso sobre asuntos, sucesos y noticias que se repiten continuamente y a diario bajo los matices e intenciones de cada medio que los lanza y reproduce:
Son noticias relacionadas con todo tipo de actos y acciones y que están relacionadas con: El terrorismo, catástrofes naturales y provocadas, guerras y confrontaciones continuas por cualquier lugar del mundo, violaciones de derechos en los países subdesarrollados, imágenes estremecedoras de una inmigración incontrolada invadiendo masivamente en pateras las costas de los países del sur de Europa, asesinatos y suicidios entre parejas y familias, acoso y palizas televisadas en colegios, colectivos y fiestas (“botellones“) masivas con finalización de robos y destrozos a comercios y todo lo que se encuentran en el camino y final de fiesta con gravísimos enfrentamientos con las fuerzas de orden público, homofobia y persecución por motivos políticos, de raza y de género, retransmisión de las colas del hambre como consecuencia del índice de pobreza alcanzado en algunos países desarrollados. Las luchas y debates políticos, vergonzosos y generadores de odio y enfrentamiento, la confusión que crean a través de burdas mentiras, la tergiversación y manipulación de las más elementales normas de convivencia, manipulación de nuestra historia y de la justicia y las leyes con el único objetivo de conquistar el poder, amenazas continuas a los sectores más reprimidos coaccionándolos a aceptar bajos salarios y condiciones de trabajo tercermundistas, la manipulación que se ha llevado a cabo en los datos ofrecidos sobre las muertes, ingresos y contagios como consecuencia de la pandemia Covid-19, así como la alarma injustificada sobre las vacunas y los efectos secundarios que estaban produciendo y que han sido utilizados con la mala fe de confundir y amedrentar a la población mundial, etc.
¿Es motivo suficiente este bombardeo de hechos, sucesos y noticias para llevarnos a ser, optimistas, pesimistas o realistas? Las gravísimas consecuencias que nos está infringiendo esa otra pandemia de la información que padecemos es, sin lugar a duda, la saturación indiscriminada de información que recibimos contra el déficit y la carencia de formación que venimos sufriendo actualmente.
Yo particularmente me resisto a aceptar el optimismo como solución a tal cantidad de atropellos, desastres y perversidades aceptándolas como algo natural. Nunca me gusto mirar para otro lado.
El denunciarlas y combatirlas no supone tener una visión de signo pesimista, más bien la denuncia y protesta refleja en este caso ser el personaje de mentalidad más optimista dado los tiempos que corren.