“Existe entre la corporación moderna y el estado moderno, una relación profundamente simbiótica, fundada en el poder compartido y la recompensa compartida”
J.K. Galbraith: La era de la incertidumbre
Y no solo en la ruleta…
Una sucursal bancaria cualquiera a media mañana. En el interior varias mesas desocupadas y sólo un par de empleados (uno de ellos, el director), ante los que hacen cola una veintena de clientes, todos con las caras de resignación de “es lo que hay”. Delante del par de cajeros existentes, otros clientes tratan de obedecer a esas máquinas automáticas que, según se dice, están al servicio del usuario. Uno de los clientes intenta hacer una simple transferencia, pero tiene un escaso tiempo tasado para hacer la operación y, cuando sólo está a medias de rellenar el formulario (dado el desafortunado diseño de la pantalla que le obliga a corregir una y otra vez algún dato), su tarjeta es escupida por la máquina y debe empezar de nuevo. Así varios intentos.
Todo ello coincide con las últimas noticias sobre los beneficios obtenidos por los bancos en el pasado ejercicio de 2023, donde sólo los más grandes bancos que cotizan en Bolsa han alcanzado una cifra récord de 26.355 millones de euros, produciendo un impuesto extraordinario de 1.109,8 millones de euros para el Estado. Pero no parece suficiente y, por ello, el mundo bancario se plantea seguir reduciendo plantillas de su personal (18.957 despidos contabilizados hasta ahora en la prensa especializada), para ser sustituidas por los “clientes/usuarios” que, aparte de pagar comisiones por diferentes “servicios”, simplemente obedecerán a las máquinas, siendo responsables de cualquier error en las operaciones. Además, los clientes no cobran, ni tienen derechos laborales adquiridos por esta tarea adicional a sus ocupaciones. Sólo se les ha convencido de que, utilizando máquinas y extrañas aplicaciones, códigos y contraseñas, se convierten en protagonistas de sus gestiones “y serán más felices”. Y muchos se lo creen.
La situación cambia cuando a través de las máquinas y por muchos supuestos sistemas de seguridad que se pongan, empiezan a producirse errores (e incluso estafas) por el “hackeo” inmisericorde de quienes saben cómo hacerlo. Entonces la reclamación no encuentra un sujeto jurídico responsable ya que son errores o delitos causados a través de las máquinas usadas por los propios clientes.
La banca nunca pierde. Ni siquiera cuando ha debido soportar el coste de “rescates” bancarios o hacerse cargo de entidades en quiebra. Ellos y sólo ellos están en condiciones de “crear dinero” en la medida que haga falta. Esto es así desde los lejanos tiempos en que el dinero entró a formar parte del mundo de la economía y la riqueza y, sobre todo, desde que los papeles de los bancos “centrales” se diluyeron progresivamente en cuanto a supervisión y control real de estas entidades y sus operaciones.
Para el común de los mortales, el banco es un lugar donde depositar dinero. El dinero depositado debería estar a libre disposición de su propietario que, a su vez, recibía (en pasado) un interés compensatorio por su depósito. Al mismo tiempo sería el lugar donde acudir a solicitar dinero en préstamo, siempre que se pueda garantizar la recuperación del mismo con intereses suficientes para compensar los entregados a los depositarios. Todo el negocio se basa en la confianza de los depositarios, sin los cuales, no tendría razón de ser el sistema bancario. Si no entra dinero, no se puede disponer de dinero.
En el mundo actual todo es mucho más complejo, no sólo en su aspecto financiero, sino en su aspecto político donde los grandes movimientos de dinero tienen una carácter transnacional o global y van ligados a los intereses del poder geopolítico o geoestratégico, donde se mezclan aquellos de las compañías “holding” y “trust” de inversión (también globalizados) en los que las operaciones se realizan en segundos, produciendo una inestabilidad y una vulnerabilidad del dinero originariamente depositado, si éste era empleado en operaciones de riesgo. “La codicia rompe el saco” dice un refrán español y en muchos casos resulta cierto en un mercado oligopólico de “poderes salvajes” (Luigi Ferrajoli).
La política y sus variantes ideológicas estuvieron basadas en su momento en la seguridad de que el dinero podía ser controlado dentro de las fronteras propias. Es más, debía estar al servicio de los intereses generales de las naciones. Así en el artículo 32 del Fuero de los Españoles, ya se advertía “Nadie puede ser expropiado o confiscado de sus bienes salvo fuerza de interés social” que, en nuestra Constitución dice: “Toda la riqueza del país, en sus diferentes formas y sea cual fuere su titularidad, está subordinada al interés general. (artº 128.1). Este resulta de aquellas decisiones o medidas que los diferentes gobiernos establezcan de acuerdo con la simbiosis entre poder político y poder económico con que se iniciaba este artículo. Decisiones que, en estos momentos, escapan a las “soberanías nacionales” inexistentes en la práctica política, contraviniendo el sentido del citado artº 128, salvo que se refiera a un “interés general” globalizado y etéreo. Ese que se predica desde Davos y otros foros similares, por ejemplo.
Los bancos, empresas y corporaciones del mundo occidental ya no están en la gestión de las riquezas nacionales con los ciudadanos propios (iniciales usuarios de este tipo de comercio), sino que han creado artificialmente unos intereses globales que implican un mayor rendimiento para la simbiosis de poder. Y lo están haciendo con una manipulación de la Ciencia caprichosa y acientífica llena de rimbombantes títulos y creando una paranoia de culpabilidad en el mundo occidental, que llevan a ridículas “agendas” con un coste elevado de destrucción de sociedades, de economías, de proyectos de vida, de inseguridad y de temor (sólo evitables -al parecer- a costa de seguir estrujando los bolsillos, las libertades y las razones de vivir de los humanos en sus bases esenciales).
“El pueblo norteamericano debe estar en guardia contra la adquisición de una influencia injustificada, buscada o no buscada, por parte del complejo militar-industrial…” decía el presidente de EE.UU. Eisenhower en el año 1961. Ahora se quedaría corto.
Eso sí, la banca y su estructura simbiótica de complicidad siempre ganarán.