El euro y el yen se han depreciado este verano hasta alcanzar en el caso de la divisa europea su menor valor con respecto al dólar desde su instauración. Es la traducción monetaria de la debilidad derivada de las crisis que asolan al mundo. Pero, también es la demostración de la fortaleza del dólar, la divisa norteamericana convertida en planetaria desde los Acuerdos de Bretton Woods, sustitutiva por lo tanto en el tiempo de la libra esterlina, que lo fue desde el primer tercio del siglo XIX, tras imperar antes y durante tres siglos el real de a ocho español.
Entre los acuerdos suscritos por China y Rusia a raíz de la guerra en Ucrania, uno de los más importantes es el de boicotear la fortaleza del dólar, y construir una alternativa que presumiblemente se apoyaría en el yuan. Va en la misma línea de los intentos por sustituir o al menos controlar totalmente con una deriva nacional internet o las plataformas de difusión de contenidos.
De momento, parece que no lo están consiguiendo. Por el contrario, el fortalecimiento del dólar es la viga maestra en la que se apoyan las sanciones económicas y financieras decretadas por Estados Unidos y la Unión Europea. A día de hoy, y aún a pesar de los numerosos gurús que preconizan el declive y agonía del imperio americano, lo cierto es que el 90% de las transacciones mundiales de divisas se realizan en dólares. Más aún, el 60% de las reservas de divisas de los dos centenares de países con asiento en Naciones Unidas se denominan en dólares. La voluntad que enarbolaron en su día los dirigentes más europeístas de la UE de que el euro fuera la divisa alternativa, apenas se ha traducido en que sólo un 20% de las reservas mundiales de divisas estén denominadas en euros. Eso sí, tanto el dólar como el euro, mantienen una distancia considerable en este capítulo frente al yen japonés (5%) y el yuan chino (2,5%).
Rusia ha contrarrestado la presión del dólar y el euro tanto con la obligación de que sus suministros de gas y petróleo se le abonen en rublos como restringiendo notablemente el consumo interior, habida cuenta de la menor liquidez para honrar el pago de las importaciones.
En estas estábamos cuando la Reserva Federal de Estados Unidos procedió a la subida de los tipos de interés, arguyendo entre otras muchas otras razones la primordial de contener una inflación disparada. Como es fácil colegir, esa subida encarece la deuda de quienes la tienen suscrita en dólares, es decir la inmensa mayoría de los países de este planeta, que habrán de hacer esfuerzos suplementarios para honrarla. Esa presión es también sin duda alguna una demostración de poder de Estados Unidos, ya que esa simple decisión de subir los tipos de interés incide asimismo en todo el comercio mundial.
Austeridad, demagogia y disturbios
Muchos países superendeudados se verán asaltados por la tentación de intentar acogerse a la alternativa preconizada por rusos y chinos. En todo caso, las presumibles revueltas internas aumentarán su frecuencia en los países sometidos a una inevitable cura de austeridad, donde se incrementarán la demagogia y los enfrentamientos. Inevitable pensar a este respecto en países como Argentina, siempre designando al FMI como el insaciable dragón que les chupa la sangre, y siempre también pidiéndole socorro desesperadamente.
Lo que no parece que consigan Argentina ni otros en su misma o parecida situación es que el dólar deje de ser la divisa de reserva internacional. Salvo el derrumbamiento estrepitoso de Estados Unidos, seguirá contando con que su divisa es la escogida de manera aplastantemente mayoritaria para librar sus pagos y reservas. Todo se andará porque nada es eterno, ni siquiera los imperios más sólidos. Pero, por ahora es el turno de las restricciones y los ajustes, sobre todo en los países que no sólo se han acostumbrado a vivir por encima de sus posibilidades, sino también de cuyos gobiernos lo han hecho muy por encima de sus responsabilidades.