No ha sido un derrumbe como el de la crisis financiera de 2007 ni como el de la energética que nos asuela, pero la caída de FTX, una de las grandes plataformas mundiales de criptomonedas, ha provocado el descalabro de al menos una buena parte de los ahorradores que creyeron ver en ese nuevo instrumento financiero la forma de quemar etapas y encaramarse meteóricamente en las cimas de la riqueza.
Hay que reconocerles a los especialistas de la mercadotecnia financiera una gran capacidad para inventar el mismo truco de siempre: el juego de la pirámide, que dura mientras haya nuevos clientes incautos que estén dispuestos a ofrecer una contrapartida a un incauto anterior, o sea lo que se conoce desde el siglo XIX como el esquema de Ponzi.
Como en los casos más conocidos del pasado, el derrumbe de FTX se produjo a partir de la primera semana de noviembre. La plataforma, fundada en 2019 por Sam Bankman-Fried (el apellido compuesto se las trae), tenía un valor en bolsa de 32.000 millones de dólares. Pero, hete aquí que pasó lo de siempre: de golpe un gran número de clientes decidieron hacer efectivas sus presuntas y etéreas ganancias. El treintañero Bankman-Fried precisaba de la noche a la mañana de 8.000 millones de dólares en efectivo para honrar sus promesas a los reclamantes, a quienes pidió unos días para “poder convertir activos y diversas inversiones” en dólares contantes y sonantes. No pudo hacerlo porque nadie le facilitó esa cantidad, que sobre el papel apenas representaba el 25% de su teórico valor en bolsa.
La petición desesperada de FTX sirvió para que su principal competidor, Binance, considerado el líder mundial en criptoactivos, husmeara en sus libros de contabilidad so pretexto de conocer si había base real para rescatar a la plataforma y otorgarle los 8.000 millones pedidos. Los sabuesos de Binance detectaron que FTX había ejecutado lo que se conoce como “operaciones fuera de balance”, o sea el mismo pecado que llevó a la quiebra de la energética Enron, que viera cómo el 16 de enero de 2002 sus acciones eran retiradas del mercado estadounidense antes de que Kenneth Lay y Jeffrey Skilling, fundador y presidente respectivamente de la empresa, declarasen la quiebra al día siguiente, en lo que entonces se consideró el mayor escándalo financiero de la historia.
Incautos codiciosos y estafados a la fuerza
La decisión definitiva de Binance de negar su ayuda a FTX la tomó el consejero delegado de aquella, Changpeng Zhao, tras comprobar que el tiburón Bankman-Fried había utilizado otra sociedad para inversiones de alto riesgo, Alameda, que le habían provocado un descubierto cuando menos de otros 10.000 millones de dólares.
Además de los inversores individuales a los que ha dejado como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando, el derrumbe de FTX provocará el desplome en cascada de muchas otras plataformas que captaban a sus clientes convenciéndoles de que invertían en un “activo”. En todo caso, estos incautos vienen a engrosar la abultada nómina de quienes aún creen que el timo de la estampita es para los demás, pero no para alguien tan listo como uno mismo.
Otra cosa, en cambio, es quiénes son víctimas involuntarias de quienes han utilizado su dinero para invertirlo en criptomonedas, operaciones equivalentes a utilizar la recaudación de los impuestos para apostarla en el casino. En esa situación se encuentran, por ejemplo, los ciudadanos-contribuyentes de un país como El Salvador, cuyo presidente, Nayib Bukele, hizo del bitcoin moneda de curso legal en septiembre de 2021, invirtiendo parte de las finanzas públicas en esa criptomoneda. Lo ha hecho, además, con bastante opacidad puesto que nunca ha rendido cuentas de la cantidad del Tesoro Público que ha destinado a semejante “activo”. En cualquier caso, el bitcoin se desplomó la segunda semana de noviembre un 21%, tocando su peor cotización de los últimos dos años, al cabo de un descenso prolongado desde el endurecimiento de las finanzas globales.
A falta de cifras oficiales, fuentes del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (ICEFI) apuntan a que las pérdidas sufridas por la Hacienda de El Salvador se situarían en torno a los 70 millones de dólares. Casualmente, las crecientes protestas por estas pérdidas coinciden con la oferta de China de comprar buena parte de la deuda del país – El Salvador afronta un pago en enero de 667 millones de dólares-, y el anuncio de que el país más pequeño de Centroamérica y Pekín han concluido un acuerdo de libre comercio.
La oposición salvadoreña apunta por su parte a que no tendría nada de extraño que Bukele termine culpando al Fondo Monetario Internacional de haberle arrojado a los brazos de la China de Xi Jinping, ya que el FMI le había exigido como condición previa a otorgarle una nueva línea de crédito el abandono del bitcoin como moneda de curso legal en el país. Bukele se negó a cumplir semejante exigencia y llamó acto seguido a la puerta del gigante asiático.
Buen artículo, querido Pedro. No sabía que China había comprado la deuda salvadoreña…¿a cambio de? Mejor no pensarlo. Abrazo.
Muchas gracias por esta clara descripción de lo que siempre ha parecido ese timo de la estampita que ha servido para el beneficio de quien lo inicia y la ruina de los que siguen enganchados al riesgo del juego financiero.
En «El Mentor» hay algunos artículos referidos en el mundo del arte (esas sí son estampitas) a las NFT (esto de los acrónimos mola mucho). Pagar millones por una lámina que reproduce una obra de arte como «copropietario» de la misma, tampoco parece oler muy bien.
Son cosas de este extraño mundo del «metaverso» en que se mueven hoy buena parte de las ficciones distópicas hábilmente organizadas.
Un saludo.