Acabo de leer un magnífico análisis del embajador español en Sudáfrica con el título “Esperando a los bárbaros”, basado en un texto del poeta alejandrino Konstantinos Kavafis, en relación con la actual situación política del continente africano donde, la diversidad de países (muchos inventados), etnias, culturas, situación geográfica y religiones, conocieron el colonialismo externo europeo y ahora, en forma más disfrazada, el de las hegemonías imperiales.
África sigue siendo un continente desconocido en sus raíces para la mentalidad occidental, que ignora los imperios africanos que existieron en su historia, así como las bases en que se asentaron los mismos (tan complicadas en su origen y desarrollo posterior), dando por sentado que necesita un desarrollo occidental, con valores occidentales, con modelos o patrones occidentales enmarcados en enunciados utópicos y agendas distópicas “sostenibles” (sin que se haya profundizado en sus significados) de supuesto desarrollo.
Si partimos de la base de que cada persona es un mundo diferente basado en la tan cacareada biodiversidad y que su libertad proclamada por la Declaración de los Derechos Humanos: “Todos los hombres, nacen iguales y libres…” no deja de ser retórica cuando se subordina a la “utilidad común”, no sólo estamos ante una complejidad antropológica sujeta a las teorías darwinianas evolutivas, sino una mayor complejidad étnica y cultural que fue definiéndose a lo largo de los siglos, donde los patrones occidentales no han podido “homologar” valores y principios más allá del dinero o el poder.
Para tales patrones África fue y sigue siendo un continente a explotar, tanto en cuanto a sus inmensos recursos humanos, como en sus valiosos recursos naturales. Sus recursos humanos desde el tráfico de africanos que ya, desde lejanos tiempos, se consideraba un acto generoso de imposición de valores y formas de vida supuestamente mejores, pero ajenas a las propias (el desarraigo obligado para mejorar sigue siendo el mito con que conseguir cubrir los intereses externos hegemónicos). Las caravanas de esclavos que cruzaban África buscando mercancía humana, hoy son objeto del mismo tráfico y de los mismos intereses, pero desde foros internacionales y negocios transnacionales.
Asimismo, la enorme variedad de recursos naturales, base de toda economía, ha sido el botín a depredar desde apariencias bienintencionadas cuyos resultados siguen siendo los mismos: las hegemonías imperiales compran y los africanos venden no sólo territorios, sino también derechos de explotación o derechos geoestratégicos o geopolíticos, en una nueva cara de colonización más moderna. En África hay de todo. No sólo inmensos espacios de terreno, sino también un subsuelo productor de todo tipo de bienes, un montón de kilómetros de costa productiva en pesca y unas posibilidades de empleo y vida diferentes a los “modelos” occidentales.
La retahíla de acrónimos de ayudas al desarrollo africano, de foros que viven del desarrollo africano (no para el desarrollo africano), de cargos, expertos y figurantes que viajan, cobran y participan en todo tipo de eventos, pagados por los de siempre, es sonrojante. Habría que saber el coste de cada nuevo invento y su repercusión real en los pueblos africanos (sin entrar en otros intereses que se dejan desvelar en la novela de John Le Carré “El jardinero fiel” y la película subsiguiente).
África supone también una enorme masa de consumidores (de productos occidentales, por supuesto) abonada por una propaganda que parece hacer un “efecto llamada” desde los paraísos occidentales. Y es lógico, primero hay que promocionar mediáticamente esas formas de vida donde nadie trabaja (y donde, ya en los años 60 del siglo pasado Kissinger decía: “La economía se reducirá en adelante a tecnología y servicios”), pero donde las banalidades infantiloides gozan de gran predicamento, como las series televisivas al por mayor donde se oculta la realidad político-social real de más hambre y más miseria final que en origen.
África es también una enorme base para cubrir espacios según intereses de unos y otros. Tiene puntos álgidos geoestratégicos que dominar en lo que Brzezinski llamaba “El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos”, en el final de los 90, donde África se reducía a la República Surafricana, ya que el control político del resto del continente era europeo y Europa ya era una colonia USA y la representación política del mundo estaba en Nueva York.
Pero el mundo, sus hegemonías, intereses y bloques no son permanentes. El mundo occidental ha mostrado desde hace tiempo el camino del verdadero bienestar social: riqueza de las naciones, trabajo y empleo productivo. Puesto que se renunciaba a “trabajar” y se destrozaban economías occidentales para cuestiones tan baladíes como “salvar al planeta”, otros países cogieron el testigo y crearon sus propias formas de economía, de trabajo, de dinero, incluso de tecnologías más avanzadas que las occidentales. Surgieron los BRICS y lo hicieron con la fuerza de la racionalidad (no de las fantasías), de las necesidades reales de la población (no de los intereses particulares de otros). Y África, como es lógico, empezó a cuestionarse sus propios intereses junto con los demás. Y no firman documentos ni aceptan compromisos que no sean suyos o que no los beneficien. El supuesto globalismo y “sus” intereses dejan de formar parte de “agendas”, creencias y dogmas impuestos por los de siempre. En estos días se celebra una cumbre más en la ciudad de Kazán de 32 países a la que se incorporan 35 más (alrededor del 50% de la población mundial) donde las alternativas empezarán a surgir.
El mundo ya es otro diferente y en su contexto triunfa de nuevo el racionalismo, la sensatez y el “primum vivere, deinde philosophare”. África, con sus culturas, con sus creencias, con sus recursos, con su propia capacidad de desarrollo y organización política y con sus intereses propios, ha empezado a pensar en crecer y multiplicarse. En tanto el foro de Davos proclama que sobramos desde el más rancio malthusianismo el 85% de la población.
Sólo el tiempo dará la razón.