Mientras se ultiman los trámites y negociaciones para que echen a andar la nueva legislatura y el Gobierno que ha de encabezar Giorgia Meloni, la avezada diplomacia italiana se afana en lo de siempre: la promoción y defensa del país, por encima o casi al margen de los cabildeos de la clase política.
El último e interesante ejemplo lo están protagonizando en Madrid, a donde ha llegado una nutrida representación de los promotores y organizadores de la próxima Ryder Cup, la competición de golf que enfrentará a los equipos de Europa y Estados Unidos, del 29 de septiembre al 1 de octubre de 2023, en Guidonia Montecelio, a pocos kilómetros de Roma.
El trofeo, venerado como si fuera la lámpara de Aladino, es la primera y única vez que sale de la denominada Ciudad Eterna, y lo ha hecho solo para presentarse en Madrid, como símbolo de agradecimiento a la contribución española a que esta competición, nacida en 1927, no sólo no languideciera hasta desaparecer, sino que haya sabido convertirse, con más de 600 millones de telespectadores, en el tercer acontecimiento deportivo más seguido mediáticamente del mundo, después de los Juegos Olímpicos y de los Mundiales de Fútbol.
Ricardo Guariglia, el embajador italiano en España, recibió con gran pompa al mencionado trofeo, instalándolo junto a una gran exposición fotográfica en la que, con la copa en primer plano, recorre todos los grandes monumentos de Roma. Exposición que la Embajada anima a los clubes e instituciones españolas a que también la sitúen en sus instalaciones.
Guariglia, que insiste en el espléndido momento de las relaciones Italia-España, señala el gigantesco impacto que un acontecimiento como la Ryder supondrá para su país en términos simbólicos, mediáticos y económicos. El evento se ha inscrito como un motor de primer orden en el plan nacional de recuperación y resiliencia italiano, denominado “Italia Domani”. Además, en tiempos en que algunos medios europeos han llegado a especular y alarmar con la posibilidad de que Italia saliera del euro e incluso de la propia UE, el embajador no cesa de insistir en que esta competición es la única en que Europa presenta un único equipo bajo la bandera azul con las doce estrellas, que aglutina a los mejores jugadores del continente, sean de la nacionalidad que sean. Esa misma bandera volverá a englobar a los componentes británicos del equipo aunque la consumación del Brexit les haya impuesto de nuevo una frontera.
Guariglia también hace hincapié en un detalle que le parece de gran envergadura y de los que aún refuerzan la confianza en el género humano:
En un mundo cada vez más dirigido y manejado por el beneficio económico, la Ryder es la única gran competición que existe, en la que los mejores del mundo luchan exclusivamente por el honor y no por la bolsa más o menos atractiva que se les pueda presentar. Es casi una vuelta al mundo antiguo, en el que los atletas peleaban por la corona de laurel y el paseo en cuádriga aclamados por las masas. En este aspecto, probablemente no haya otra ciudad en el mundo como Roma, donde aún se puedan escuchar los ecos de las muchedumbres animando a sus mejores ídolos, en el Coliseo o el Foro Itálico.
En ese “soft power” exhibido por su diplomacia, la Embajada italiana ha aprovechado también para presentar su candidatura para acoger, asimismo en Roma, la Exposición Universal de 2030, centrada en una de las grandes preocupaciones mundiales: la regeneración urbana. Italia, pues, no se conforma con haber organizado, con un balance ciertamente exitoso, la de Milán 2015.
Para el espectador foráneo, la enrevesada política italiana parece un laberinto de difícil comprensión. En todo caso, esa característica no parece hacer mella en la sociedad del país ni en una diplomacia, que haya un gobierno del color que sea, siempre defiende sus intereses, sin necesidad de recurrir descaradamente al eslogan trumpista de “Italia, primero”.