Óscar Pretzel es un obrero escénico —eso de animal está tan gastado— pues aúna en un solo ser todo lo que se necesita en el mundo del teatro: guionista, director, actor, escenógrafo y hasta constructor de piezas de atrezzo; además de figurinista, pues da instrucciones muy precisas a los sastres de sus producciones.
Pretzel nació en Buenos Aires, pero lleva la mayor parte de su vida en España. Actualmente, representa su última obra Rosa también es un nombre, en diversas salas de teatro alternativo en Madrid.
—¿Son las salas alternativas la solución ante la deserción del público de los grandes coliseos teatrales?
—Las salas pequeñas o alternativas u off, son la base y el motor del teatro de cualquier gran ciudad, que es lo que hacía falta en Madrid. Ahora hay un montón y con muy buena programación; de modo que en cuanto a la salud teatral no estamos mal, sin olvidar que este sector vive con catarro crónico toda la vida que yo recuerde y, aunque sea imprescindible, no suele generar dinero.
—¿Por qué crees que el público ya no valora el ver en escena a seres de carne y hueso y prefiere a esos mismos seres grabados en el cine?
—Bueno, porque es más cómodo y, especialmente, porque de pequeñitos no han ido al teatro, cosa que últimamente sí está sucediendo. Ahora bien, cuando hay un buen espectáculo se agotan las entradas inmediatamente, como está pasando ahora mismo con tres o cuatro de ellos.
—¿Qué habría que hacer para que la gente vuelva a las salas de teatro?
—Llevar el teatro a los colegios, a las plazas públicas etc. Y, fundamentalmente, cuando se genera con dinero público, que esté bien gestionado para que la calidad sea lo primordial
—En España te iniciaste en el teatro infantil. ¿Qué público es más difícil, los niños o los adultos?
—Sí, lo primero que hice fue una comedia infantil que ya había representado en Buenos Aires, pero tuve la torpeza de programarla en agosto de aquel 82, sin saber que Madrid se iba a Valencia en esas fechas. Los públicos son diferentes, no creo que sea uno más difícil que otro, sólo hay que acertar en la temática de cada uno.
—Parte de ese teatro lo ejercías en casas particulares; ha decaído. ¿Por qué crees que ya “no se lleva” que unos actores vayan a casa y hagan una función infantil?
—Tuvo su época como las salas de piscinas de bolas, etc. Son modas que van y vienen. En las comuniones se sigue llevando, pero mucho menos que antes.
—En tu Argentina natal ¿en qué escuela o academia estudiaste?
—En primer lugar, en la escuela de teatro municipal de Buenos Aires y después con profesores particulares, que es lo más común allí; o por lo menos lo era cuando estaba, con gente como Alezzo, Agustoni, etc. También entrenamiento actoral en el sindicato de actores.
—¿Recuerdas tu debut, ese primer día en unas tablas, ante ese dragón llamado público?
—Sí, haciendo Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona y, como bien dices, al principio apareció el “dragón” del miedo, pero acabó con la “borrachera” que produce el aplauso del respetable, que así lo definía mi primer maestro llamado Julio Marona.
—¿En qué genero te sientes más cómodo: drama, comedia o tragedia?
—Siempre me sentí más cómodo en el drama, pero hoy también me siento bien en la comedia. Nunca hice tragedia.
—A veces te vemos en televisión haciendo anuncios comerciales. Esta actividad ¿potencia la imagen de un actor, la rebaja o la deja igual?
—Antiguamente los actores hacíamos muy poca publicidad porque no estaba bien visto. En cambio, hoy es completamente diferente, la mayoría que ves en los anuncios son todos actores… y actrices claro. Y sí, ayuda a que la gente te recuerde y haga el efecto llamada.
—Rosa también es un nombre, es la obra que ahora mismo tienes en cartel y representas. ¿La veremos en teatros públicos del Ayuntamiento de Madrid?
—Sí, claro, en los Centros Culturales de Madrid y Comunidad se programa permanentemente. Ya estuvimos dos años con nuestro anterior montaje EL HOMBRECITO y ahora empezamos con “ROSA…”. Que por cierto, para aquellos que no hayan conseguido entradas en la sala que estamos ahora, pueden verla el próximo 11 de noviembre a las 19hs., en el Centro Cultural “Nicolás Salmerón”; gratuitamente, claro.
—Eres padre de una hija: Lidya. En pocas palabras ¿qué consejo para la vida le darías desde estas líneas?
—El mejor consejo que le he dado a mi hija, es no darle ninguno. Exactamente como hicieron mis padres conmigo, tal vez por ignorancia; en mi caso, por convencimiento. Sólo le cuento vivencias de todo tipo, de religión, de amor, de política y que ella elija.