Se van muriendo los que sobrevivieron al Holocausto, de manera que conocer aquella tragedia de la mano de alguno de los que aún quedan supone escuchar de viva voz el relato de sus recuerdos, parte en suma de la parte más oscura de la historia universal del siglo XX.
Annette Cabelli es una de las pocas supervivientes que van quedando. Esta judía sefardí, nacida en Salónica, ha sido invitada por el Centro Sefarad-Israel para dar su testimonio en varios de los actos organizados en Madrid con motivo del 75º aniversario de la liberación de los campos de Auschwitz-Birkenau. Su voz suena aún firme mientras recorre la exposición de fotografías de Juan Pedro Revuelta. Una muestra de 36 instantáneas que, según su propio autor, pretende ser la devolución de la memoria visual de la Shoá a la actualidad de la reflexión ética y estética.
Cabelli y Revuelta se detienen ante cada imagen de esa “geografía de la muerte” configurada por ambos campos de exterminio. El fotógrafo le explica que su trabajo no pretende ser el de un documentalista, ni mucho menos el de un “coleccionista” de imágenes extremas que se nutre del dolor de los demás. Arguye que la muestra equivale en su conjunto a una interrogación sobre el punto de vista que cualquier observador contemporáneo debe adoptar ante las huellas del drama vivido por millones de judíos.
Las 36 fotografías, realizadas todas ellas con la técnica de la platinotipia, capturan el momento mismo en que las vidas cercenadas en Auschwitz y Birkenau se detuvieron, dejadas sobre un abismo. El pelo, los zapatos que de manera obsesiva se repiten en la muestra, no funcionan como huellas de la muerte, como representaciones de la misma. Por el contrario, y en una ampliación extenuante y extrema de las posibilidades de lo fotográfico, cada una de esas imágenes incorpora el instante mismo de la detención, de la muerte.
Annette Cabelli aviva entonces sus recuerdos: la detención de ella y de toda su familia; el transporte en los trenes de ganado sin comida ni agua y bajo la presión asfixiante de las decenas de cuerpos estrujados en el espacio reducido de cada vagón; las controversias de aquellos desdichados, entre los que barruntaban que no iban a un campo de trabajo sino a una fábrica de exterminio, y los que pugnaban por mantener la moral alta de los apresados por su única condición de judíos; la tétrica llegada a aquella estación final y el precipitado desalojo de aquellos vagones infectos, cuyo hedor insoportable provocaba náuseas incluso a los guardianes nazis más jóvenes y menos acostumbrados a manipular aquel ganado humano, y en fin, la violenta separación de las familias que habían logrado superar las penalidades de aquel viaje, añadiendo al dolor físico el inmenso daño psíquico de ignorar cuándo y cómo sería la agonía y muerte de sus padres, hermanos, vecinos y amigos.
Cabelli enseña en algún momento el tatuaje que aún conserva con el número que sus carceleros cincelaron en su brazo. Un recuerdo perenne, al que se une la que probablemente sea la peor y más persistente en el tiempo de todas las dudas: ¿por qué murieron los demás y sobreviví yo?
Centro Sefarad-Israel mantendrá la exposición abierta hasta el 27 de marzo, al tiempo que desarrolla una abultada agenda de actos y conferencias, destinados a ofrecer una completa visión del Holocausto desde la literatura, el arte y el cine.
Mi Alma y mi mente se una ante tanto dolor. Después de leerlo mis lágrimas salen sin querer. Cómo podemos salvar al mundo, solo encuentro una solución q siempre prevalezca el Amor.