Más allá del simple recuerdo

Nostalgia, soledad y memoria en la cuarta novela del franco-marroquí Najib Arfaoui

Pedro González
Por
— P U B L I C I D A D —

Escribir es a menudo una pasión secreta. Todo ser humano, una vez que aprende a hacerlo, experimenta la pulsión de poner sus sensaciones, sentimientos, ansias y anhelos por escrito, normalmente sobre un papel, cualquiera que sea el formato que este adopte. Notas, diarios, cuartillas al viento, hombres y mujeres atesoran pequeños y grandes secretos. El franco-marroquí Najib Arfaoui (Tánger, 1943) no escapa a esa pulsión. Residente en Francia desde 1965, en donde su carrera se ha desarrollado siempre tras el mostrador o los despachos de un banco, ha construido sus narraciones en base a sus vivencias de infancia y juventud, transcurridas en Tánger y Tetuán en su mayor parte.

No es sino cuando se libera de lo que cree ataduras de un trabajo que juzga escrupulosamente como confidencial, es decir cuando alcanza esa meta de la jubilación, que empieza a publicar sus novelas. Irrumpe en 2017 con “Tingis Café”, a la que siguen “Vers cette rive inconnue” (2019) y “La fille de Dar Baroud” (2020), todas originalmente en francés, al igual que su cuarta novela, “Au-delà du simple souvenir” (Ed. L´Harmattan, 2021. 200 páginas). En esta ocasión, Arfaoui se aventura en examinar -¿quién no lo ha hecho?- un voluminoso álbum de fotos. Se detiene especialmente en una vieja instantánea de su clase, a partir de la cual brotan los recuerdos hasta descubrir y hacer emerger la parte negra de la propia existencia.

Tetuán

Es el riesgo de todo autoexamen de la propia vida, que en el caso de Arfaoui le surge en el momento en el que atraviesa por una intensa soledad. Una sola imagen le basta para poner en marcha el proceso cerebral que provoca la salida a la superficie de tantas y tantas experiencias y verdades que siempre quiso rechazar, incluidos los prejuicios sórdidos que condicionaron su comportamiento y su inadaptación a la vida misma.

La novela atraviesa una época fundamental en un Marruecos convulso que alcanzará su plena independencia en 1956, y en el que los viejos compañeros de pupitre y de clase, además de él mismo, claro está, se debatirán entre muy serias dudas políticas, sociales y, en definitiva, vitales. La vieja fotografía le obliga a revisitar su pasado, a investigar en qué devinieron aquellos compañeros, amigos y no tan camaradas, reconstituyendo al mismo tiempo el rompecabezas de su propia vida. Terminará por integrar en él la pieza que le faltaba para completarlo, y que nadie había osado nunca facilitársela, tan difícil y escabroso era el secreto por desvelar.

Como tantos jóvenes marroquíes, educados en el recuerdo de la historia esplendorosa de la nación árabe, reflexiona por qué “Marruecos, como todos los países del Islam, ha hibernado durante tanto tiempo, en tanto que Occidente, alternando fracasos y victorias, construía pacientemente las condiciones de una emancipación individual y colectiva.”

Reconoce que el Egipto De Taha Housein ha dotado a su generación de una pequeña esperanza capaz de resistir al estallido del integrismo oscurantista, del que los Hermanos Musulmanes eran su punta de lanza. Y se lamenta de “haber buscado en vano a los héroes de nuestra historia reciente, que hubieran podido tomar el testigo del renacimiento árabe”.

Comprueba que Marruecos se ha dotado de una monarquía constitucional que ha facilitado la liberalización no solo de la economía, sino también de las mentes. “Nacía un Estado de derecho mientras se operaba una reconciliación nacional. Marruecos se abría al mundo y se convertía en un país atractivo”.  A él vuelve para desempolvar lo que late más allá de sus recuerdos.      

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