Ana Nance vive ahora en Madrid pero su madre española la dio a luz en 1969 en Myrtle Beach, en Carolina del Sur. Ha labrado su prestigio a través de una carrera desarrollada en gran parte en Nueva York, y de numerosas exposiciones y colaboraciones en y con numerosos medios de Estados Unidos, Francia y España. Sus viajes por más de 80 países le han permitido atesorar un voluminoso y formidable archivo fotográfico, fruto de su mirada personal.
La muestra que se exhibe en Casa Árabe hasta finales de marzo se centra en una serie de países árabes como Sudán, Qatar, Egipto, Arabia Saudí, Palestina, Marruecos y Argelia. Son fotografías tomadas entre 2012 y 2021 con las que intenta romper los estereotipos que a menudo se proyectan en esta parte del mundo.
Como señala Oliva María Rubio, la comisaria de la exposición, “Ana Nance nos hace detenernos en cada imagen y participar de su viaje, que ella concibe como una experiencia de vida que la transforma y la enriquece, ya que somos el resultado de todos aquellos lugares, momentos y personas que encontramos a lo largo de la vida y que nos concedieron una parte de su tiempo, sus pensamientos y opiniones”.
En estos tiempos en que la tecnología nos permite a todos ser observadores y en cierto modo artistas, Ana Nance nos ofrece su propia visión, construyendo una suerte de fábula, de alegoría, que nos impele a mirar a esos países del norte y este de África de otra manera. La propia fotógrafa confiesa que la lectura de “Las mil y una noches” le sugirió que también ella debía seguir contando historias para salvar la riqueza de las diversas culturas que ha tenido la suerte de conocer, y de las que estas imágenes son vestigios. Y lo son de mundos en vías de desaparición, que van dejando paso a otros más recientes, pero que al fin y al cabo conforman ambos la realidad de nuestro mundo infinito.
Es, pues, un mundo en transformación, banderas que constituyen una metáfora rica y abstracta. El presente y el pasado conviven, y ciertamente el paisaje rural o urbano está más presente que las personas que lo habitan, pero donde la ausencia de éstas es verdadera presencia. Ana Nance ha construido un lenguaje poético visual en una narrativa marcada por la resonancia de la pintora que en su día quiso ser.
Imágenes como la palmera tronchada e inclinada en Al-Ulla, en Arabia Saudí, el insólito muñeco de nieve en Ramallah, o el paseo en la calle de la mujer oculta por su penacho de verduras, en la egipcia Dahshur, invitan a una contemplación activa, a una celebración de la vida y la belleza. Una ocasión de descubrir y disfrutar de una gran fotógrafa, una aguda y gran artista, observadora de un mundo tan cercano y a menudo ignorado por las gentes que habitan en latitudes menos cálidas.