El barroco fue el movimiento o escuela que más duró, tanto en artes plásticas como en literatura; sin desdeñar referencias a lo barroco en lo filosófico, político y jurídico. Extendió su influencia desde finales del siglo XVI hasta casi terminar el XVIII; unos 200 años, cuando lo recargado fijó su impronta.
En el museo Lázaro Galdiano de Madrid, se inauguró el pasado 28 de septiembre una exposición con el título Juan de Miranda lo pintó, acerca de la obra del pintor grancanario de igual nombre. Artista no muy conocido y para nada citado en los manuales escolares de Historia del Arte, mas no por ello de poca importancia. La que radica no sólo en la calidad de la obra, sino en el deseo de consolidar una escuela, antes de dar el paso a la siguiente, conocida como Neoclásico. En estos casos sucede que cuesta mucho hacerte con un estilo, desarrollarlo y tratar de trasmitir a través de él todo el tormentoso mundo que vive dentro de un artista. Juan de Miranda se nos representa hoy, en el tercer centenario de su nacimiento, como alguien fiel a lo que lo influyó.
Nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1723 y muerto en Santa Cruz de Tenerife en 1805, de Miranda constituye un puente en lo artístico entre dos épocas del la historia española y occidental: la que va del más allá de la Modernidad renacentista, hasta la que inicia la Contemporaneidad con la llegada de la Ilustración. Todo ello en la Península, muy lejos de su Canarias natal; a donde, evidentemente, los adelantos tardaban en llegar. De ahí, tal vez, ese tardo-barroquismo en de Miranda.
La obra en sí se encuadra, desde el punto de vista temático, en lo usual de la época: lo civil y lo religioso; pinturas al óleo sobre lienzo retratando a personajes poderosos y evocaciones plásticas de la Inmaculada, además de santos, arcángeles y crucifixiones.
FOTO: Autorretrato de Juan de Miranda.