Con estas palabras “El hombre del casco de oro” de la Gemäldegalerie de Berlín, pasaba de ser una obra admirada del maestro holandés a convertirse en una simple imitación anónima, todo a causa del trabajo realizado por la comisión que, por iniciativa del gobierno, procedería a revisar las atribuciones de obras de Rembrandt que se conocían y colgaban en diversos museos del mundo. Nuevamente se cuestionaban las verdaderas autorías del arte que consideramos clásico, donde abundaron los seguidores, copistas e imitadores de gran parte de los considerados “maestros”.
Más tarde, cuando el mercado de arte se consolidaba como un importante sector económico y las cifras de cotizaciones se disparaban en las subastas, el arte de todos esos pintores anónimos, capaces de imitar y reproducir cualquier obra, encontró su réplica en el mundo de la estafa o engaño por parte de algunos que se aprovecharon del consumo compulsivo de coleccionistas y museos que han costado no pocos disgustos a sus responsables.
En estas fechas se pone de actualidad el suceso que costó la reputación y el prestigio adquirido por la galería “Knoedler & Company” de Nueva York y a su entonces directora Ann Freedman, al haber adquirido y puesto a la venta durante años, un conjunto de pinturas atribuidas al expresionismo abstracto americano, con supuestas firmas de Jackson Pollock, Lee Krasner, Willem de Kooning, Clifford Still, Frank Kline, Mark Rothko, Sam Francis o Barnett Newman entre otros.
El motivo es el documental dirigido por Barry Avrich para Netflix, con el título “Made You Look”, en el que se recrea la historia en que participaron de una u otra forma diversos personajes (algunos de ellos españoles, sobre los que hay señalada demanda de acusación y pesa una orden de extradicción desde EE.UU.), así como la pareja de uno de ellos, una enfermera mejicana que -al parecer- ha sido quien ha apechugado con el “marrón”, junto con algún experto británico y las citadas personas del mundo del arte neoyorquino. Un tema que también trata el documental británico “Driven to Abstraction” dirigido por Daría Price en el año 2019.
Todo parte de un humilde pintor chino emigrado a EE.UU. que pretendía vivir de su arte. Un arte que exhibía en las calles de Nueva York, lo que permitió el contacto con la pareja hispano-mejicana que, tras una prueba, pasaron a considerarlo como la gallina de los huevos de oro para ellos y para su galería (“Fine Arts LLC” registrada en Nueva York en octubre de 2006). Una galería de poca monta que no podía responder al tipo de obras y a los precios de los originales, por lo que un buen día la enfermera mejicana se presentó en la que quizás fuera la firma más importante entre las galerías de arte he hizo su oferta de pinturas.
Normalmente las historias que debió contar para justificarla deberían haberse confirmado desde la propia galería, más con el prestigio de la que hablamos, más con la reputación en el mundo del arte de su directora, más aún cuando la obra de tales autores es bastante conocida, así como sus cotizaciones en el mercado de arte… Pero no se hizo y durante una veintena de años la galería vino recibiendo y vendiendo un considerable número de obras falsas, hasta obtener unas decenas de millones de dólares por ellas. Por su parte, el pintor chino, autor de las mismas, parece que ignoraba tales manejos y escapó a China donde volvió a sus propias obras. A él también le habían engañado… supuestamente.
Es una muestra más de que el talento artístico puede ser utilizado por unos y otros en esa burbuja de mercado inflado por cotizaciones absurdas, que sólo sirve para establecer las diferencias entre clases sociales. Una de las cosas que lo permite es la posibilidad de poseer algo único y original en exclusiva y poderlo exhibir para envidia de los demás. No se aprecia su valor artístico (ya que éste es difícil de entender para muchos de los compradores), sino el precio pagado y la “marca” o firma que el mundillo del arte, esa mezcla de expertos, marchantes, coleccionistas y comerciantes, consideran apropiado. Además, desgrava impuestos en EE.UU.
A lo largo de la Historia no se pintaba con la idea del único ejemplar, sino que se producían obras de arte en talleres con un buen número de pintores que una y otra vez, con mejor o peor fortuna, han realizado un gran número de obras similares donde es difícil establecer la mano que producía cada golpe de pincel. Bastantes de los casos han sido y son conocidos, pero hay muchos más que permanecen inéditos donde incluso se producen situaciones sorprendentes de supuesta connivencia con respetables expertos que autentifican las obras por determinadas cantidades (como ejemplo entre otros, está el caso de Wolfang Beltracchi —del que trata otro documental alemán del año 2014 con el título “El arte de la falsificación”— que al parecer tuvo el apoyo de alguno de estos expertos a la hora de certificar algunos de sus falsos Ernst, Herbin, Derain, Metzinger, Dufy, Van Dongen, Léger, Kisling o Braque). La firma del experto no sólo garantiza un precio, sino la importancia de la obra a la hora de aparecer en exposiciones importantes que le dan el marchamo definitivo.
En otras situaciones sirve un apellido de reconocida nobleza como origen del fraude. Sobre todo, en países con ricos coleccionistas que se fían de los antecedentes históricos de algunas colecciones que, a su vez, pueden estar ya contaminadas de obras falsas o atribuciones equívocas. Las grandes familias de la aristocracia europea, con unos apellidos conocidos, siempre son un buen cebo para vender. La referencia a un ignoto personaje que se ve obligado a vender su colección, es la que sirve casi siempre para convencer a los compradores.
Por eso son interesantes desde el punto de vista pedagógico los documentales de que hablamos, producidos bastantes años después de lo sucedido, para darnos cuenta de que, ese críptico mercado que se mueve entre sombras siempre tiene el riesgo de dar alguna sorpresa. Que, en el arte siempre “es de necios confundir el valor y el precio” (el valor artístico real de las obras poco tiene que ver en muchos casos con el precio que alcanzan en un mercado inflado por la propaganda mediática y los excesos que sólo están permitidos a unos cuantos).
Desde el punto de vista legal, previamente debe existir y probarse la intencionalidad del fraude o engaño, ya que el mercado está saturado de buenas e incluso excelentes obras que se venden como reproducciones y tienen abundante demanda. Más aún cuando las tecnologías contribuyen eficazmente a su producción y casi todos pueden permitirse tener un Rembrandt (que no lo es) en su salón. Sólo en el suburbio de Dafén en la ciudad china de Shënzhèn, viven miles de pintores que producen millones de obras de arte que se comercializan por todo el mundo (muchas de ellas reproducciones artísticas) y son muchos los talleres distribuidos en determinados países para reproducir antigüedades que no son tales, así que… la suerte acompañe.