Wangari Maathai, la madre de los árboles

En el combate que todos y todas, con pequeñas acciones, podemos y debemos librar contra el cambio climático, el ejemplo de la fallecida Premio Nobel keniata debe estar siempre presente

José Segura Clavell
Por
— P U B L I C I D A D —

Hoy quisiera hablarles de cambio climático y del continente africano de una forma algo diferente. Esta pasada semana tuve el honor de participar como ponente en unas jornadas africanas que organizó la Universidad de Girona y que dedicó a Kenia como país invitado. Me pidieron una charla sobre cambio climático y sobre la figura de una de las mujeres keniatas que más huella e impacto ha dejado en este planeta, la Premio Nobel de la Paz Wangari Maathai. 

La señora Maathai recibió esta distinción en 2004, por su enfoque holístico del desarrollo sostenible que abarca la democracia, los derechos humanos y los derechos de las mujeres en particular. De hecho, no sólo debemos agradecerle esta visión tan amplia de la conservación del planeta y su coraje en la lucha por el medio ambiente: también le corresponde el honor de ser la primera africana en recibir esta distinción. Además de todo lo anteriormente dicho sobre esta mujer sobresaliente, debo destacar que fue la primera mujer de África Oriental y Central en obtener un doctorado (en biología) y la primera profesora universitaria en su país natal. 

Wangari falleció en 2011, reconocida internacionalmente como un ejemplo de cómo el cuidado del medio ambiente está vinculado con la paz y la justicia social y dejando entre nosotros un legado de inspiración y esperanza para las generaciones futuras. Parte de ese legado es, precisamente, el Movimiento Cinturón Verde, que fundó en 1977, mucho antes de entrar en la arena política keniata, en 2002. El Movimiento Cinturón Verde es una organización que funciona todavía hoy en día, más fuerte y viva que nunca, y que promueve la plantación de árboles por parte de las mujeres rurales para combatir deforestación y desertificación. Otra parte fundamental de su legado es su combate en favor de las mujeres, que ya he mencionad y que ella centró en la igualdad de oportunidades, la educación y la salud, especialmente en el caso de las mujeres afectadas por el VIH-sida.  

Hoy pretendo, a través de algunas inspiradoras frases de Wangari, de la madre de los árboles, intentar, como ella hacía, plantar una semillita en la mente de todos ustedes para que, sabiendo quién era y qué promovió, podamos entender que esta lucha contra la emergencia climática es cosa de todos. Desde Casa África, como habrán leído en algunos de los últimos artículos que he publicado, hemos hecho del cambio climático en África uno de los tres pilares estratégicos de actuación para el periodo 2022-2024, junto a las migraciones y el papel de la mujer en África. 

«Cuando plantamos árboles, plantamos semillas de paz y semillas de esperanza.» 

Wangari Maathai fue una política, bióloga, activista y ecologista keniata. Nació en 1940, en el distrito de Nyeri, y pertenecía a una familia humilde y numerosa. Su gran aportación a la lucha contra la desertificación y por la sensibilización medioambiental, el Movimiento Cinturón Verde, está detrás de la plantación de más de 51 millones de árboles en Kenia y extiende su labor a otros muchos puntos del planeta. 

Impulsó la participación colectiva, preponderantemente femenina, en torno a los proyectos de reforestación como un instrumento para mejorar la calidad de vida de las comunidades rurales. Dedicó su vida a defender el bosque, a otras mujeres y a la democracia. Pero sobre todo, ayudó a construir el concepto sostenible. De hecho su activismo político estuvo ligado a su labor de conservación. 

Nacida, como ya mencioné, en una familia de un barrio humilde, el empeño de su madre y de un hermano para que la joven Wangari estudiase dio sus frutos. Brillante alumna, consiguió una beca para estudiar biología en Estados Unidos, se interesó por la ecología e hizo un máster en ciencias biológicas y posteriormente se doctoró en Veterinaria, siendo la primera mujer en doctorarse en África oriental en anatomía de las plantas.   

En 1977, como ya les expliqué, fundó el Movimiento del Cinturón Verde, una organización comunitaria sin fines de lucro que promueve la plantación de árboles para mejorar el medio ambiente y reducir la pobreza. La organización también trabaja para empoderar a las mujeres y mejorar la seguridad alimentaria.  

«Puedes hacer muchos discursos, pero lo real es cuando cavas un hoyo, plantas un árbol, le das agua y lo haces sobrevivir. Eso es lo que marca la diferencia”.  

El inspirador movimiento de Wangari abrió la puerta al sueño de la Gran Muralla Verde, un enorme proyecto panafricano que, en esencia, seguía a pies juntillas el mensaje de que plantar árboles generaba desarrollo. La señora Mathai, además, luchó por hacer entender que el proyecto era especialmente beneficioso para las mujeres, convirtiéndose así en un icono del feminismo no solo para África, sino para todo el mundo.  

«En el curso de la historia, llega un momento en que la humanidad está llamada a cambiar a un nuevo nivel de conciencia, a alcanzar un terreno moral más alto. Un momento en que tenemos que dejar atrás nuestro miedo y darnos esperanza unos a otros. Ese momento es ahora.» 

La Gran Muralla Verde fue acogida como un proyecto global en 2007 bajo los auspicios de la Unión Africana. Dieciséis años más tarde, hay que ser realistas y admitir que no ha recibido el ambicioso empuje con el que se presentó inicialmente. Esta línea verde de 8.000 kilómetros que cruzaría el continente desde Senegal al oeste hasta Yibuti estaba llamada a generar riqueza, desarrollo y empleo (10 millones hasta 2030), facilitar la obtención y uso del agua para la agricultura y, obviamente, sumar a la capacidad de absorber el carbono de la atmósfera (secuestraría 250 millones de toneladas de dióxido de carbono).  

Algunas fuentes sitúan en poco más del 20% el cumplimiento de los objetivos, algo lógico si se tiene en cuenta que hasta el año 2020 sólo se habían invertido 2.500 millones de dólares de los 30.000 que se anunciaron inicialmente. Es complicado, además, garantizar dinero para este proyecto en países que deberían estar volcados en el proyecto y cuya estabilidad política ahora mismo es inexistente, como Chad, Mali, Burkina Faso o la misma Sudán, en conflicto desde hace unas pocas semanas.  

«Todos nosotros podemos hacer una contribución. Y muchas veces buscamos las cosas grandes y nos olvidamos de que, estemos donde estemos, podemos hacer una contribución. A veces me digo a mí misma, quizá solo estoy plantando un árbol aquí, pero imagina lo que está pasando si hay miles de millones de personas haciendo algo. Imagina el poder de lo que podemos hacer.» 

Al cambio climático no se le vencerá solamente desde la Asamblea General de Naciones Unidas, desde los consejos de gobierno de los países o desde los consejos de administración de las grandes empresas. Está también en manos de todas y todos, en pequeñas decisiones que, quizás aisladas, son poco significativas, pero que sumadas pueden hacer avanzar al mundo. Desde apagar luces que no deberían estar encendidas a reciclar correctamente, usar más el transporte público o apostar por la bicicleta para ir al trabajo cada día. O, como decía la señora Mathai, simplemente plantando un árbol.  

“La generación que destruye el medio ambiente no es la generación que paga el precio. Ese es el problema”.  

Ya Wangari Maathai nos advirtió hace muchos años de que los excesos de hoy, es decir, la contaminación que está causando el calentamiento excesivo del planeta, tendrá consecuencias muy negativas para el clima que sufrirán nuestros hijos y nietos. Ya lo estamos empezando a ver, con récords de temperatura históricos en el mes de abril, olas de calor impensables hace años y una sequía que se ha convertido en una de las principales, sino la más importante, de las preocupaciones de nuestro sector primario.  

En África, lo he escrito muchas veces, el impacto es especialmente sangrante. En Somalia entran en su sexto año seguido de sequías, y el cambio climático explica que estemos en una situación de emergencia alimentaría única en los últimos veinte o treinta años. Las perspectivas futuras, además, son cada vez más y más preocupantes.  

«Un árbol hunde sus raíces en la tierra pero se alza hasta el cielo, demostrándonos así que debemos mantener los pies en el suelo, pues por alto que nos propongamos llegar, la fuerza procederá siempre de nuestras raíces. Nos recuerda, a todos los que hemos logrado el éxito, que no debemos olvidar de dónde venimos.”  

Creo que, para terminar, esta frase de Maathai deja una preciosa reflexión. Plantemos los pies en el suelo, seamos realistas y cuidemos unas raíces fuertes, no nos olvidemos nunca de dónde venimos. Pero también, proyectémonos hacia lo alto, seamos ambiciosos, tejamos resistencias y alianzas y no perdamos de vista jamás, por supuesto, hacia dónde vamos. Todos contamos y todos debemos proponer y ser escuchados, avanzando como comunidad global, hacia un futuro mejor para las generaciones venideras.  


FOTO: Wangari Maathai, en Brasil, en el año 2006 al recibir un premio. Firma foto: Demosh/ Creative Commons

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