«Objetivo 55: la legislación europea sobre el clima hace de la consecución del objetivo climático de la UE de reducir las emisiones de la UE en al menos un 55% de aquí a 2030 una obligación jurídica. Los países de la UE están trabajando en una nueva legislación para alcanzar este objetivo y lograr que la UE sea climáticamente neutra de aquí a 2050».
Con este preámbulo y con membrete del “Consejo Europeo” o “Consejo de la Unión Europea” se presenta el paquete de “propuestas encaminadas a revisar y actualizar la legislación de la UE y poner en marcha nuevas iniciativas con el fin de garantizar que las políticas de la UE se ajusten a los objetivos climáticos acordados por el Consejo y el Parlamento Europeo”.
Si no fuera por la gravedad del asunto, este “objetivo” elegido al azar sólo es un catálogo de buenas intenciones (suponemos) de la UE, que se ha erigido como portavoz de augurios mesiánicos y dogmáticos de ideologías particulares que pretenden salvar a la Humanidad de nuevos “apocalipsis”. Eso sí, siempre que la humanidad deje de ser tal y se convierta en algo insustancial, barro al que se puede modelar a conveniencia de intereses espurios oligárquicos, con la mente dominada desde las tecnologías de comunicación.
El breve texto de presentación ya da una idea de la “solidez” intelectual y científica del “objetivo 55”, donde se mezclan “churras con merinas” en conceptos que dejan traslucir su candidez y banalidad.
Para empezar, se habla de una “legislación europea sobre el clima” como base del “objetivo climático de la UE de reducir emisiones de la UE”. Aparte de la redundancia textual y literaria (cuestión formal que muestra por dónde va la cosa), la UE -según establece su propio Tratado de Maastricht- no parece tener competencias sobre el complejo mundo climático del planeta Tierra y menos aún del Sol, estrella a la que está ligada la vida de su sistema planetario. Así pues, una “legislación sobre el clima” escapa afortunadamente de su competencia. Es un simple “brindis al sol” (nunca mejor aplicado) manipulado y propagado hábilmente por los medios de comunicación del sistema. Ni la UE, ni la ONU siquiera, ni otros órganos jurídico-administrativos, pueden influir en la vida interplanetaria por muchos “cómics” de ciencia-ficción que nos hayamos tragado y la mucha basura espacial que vayamos sembrando en la atmósfera.
Otra cosa diferente es tratar de “reducir emisiones” de gases supuestamente contaminantes, ligadas al progreso y al bienestar de los terrestres. Pero, de nuevo, la UE olvida que es sólo una parte cada vez más insustancial de la geografía mundial, donde cada país que todavía es soberano trabajará por los intereses reales de su población (la soberanía nacional) y que, sobre todo, resulta imposible acotar zonas atmosféricas en cuanto a la emisión y expansión de unos u otros gases, sometidos a todo tipo de fenómenos climáticos que, ya hemos dicho, corresponden a leyes propias, no a las que pretendan imponerse.
De ello podemos inferir que —como me decía un viejo campesino analfabeto— “nos están metiendo unas trolas…” aprovechando la cada vez más grave anomia, ignorancia y cobardía sociales. “Antes se suponía que los listos estaban en las ciudades y los tontos en los pueblos, pues ahora es al revés” terminaba mi interlocutor con ese fino instinto natural que, como especie, vamos perdiendo. Ya lo decía Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada”. El amor propio es emocional e impide el pensamiento racional, tal como vemos cómo se presentan las cosas. Hay que volver a Edward Bernays: La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones de las masas, es un elemento de importancia en la sociedad… Quienes manipulen este mecanismo oculto de la sociedad, constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder…”.
Esos “mecanismos ocultos” están servidos hoy por los estados y sus instituciones, por las corporaciones empresariales (salvo excepciones), por el mundo académico y universitario que… ¿de quién depende? pues eso…. y por todo ese mundo civil que se nutre de las ubres del Estado de una u otra forma, llenas por los impuestos a minorías cada vez más exiguas. De ahí la deuda imparable.
Por eso está en marcha la “educación y manipulación de las masas” (Mao), cuya psicología grupal y colectiva, les lleva de las riendas a aceptar y plegarse a lo colectivo, olvidando sus propios principios, valores o criterios. Desde la indumentaria cuyo diseño “cutre” va del mundo de la moda al del arte, hasta los hábitos alimenticios (cada vez más exiguos), hasta la eliminación de las clases medias y su precarización o la “restauración de la naturaleza” también convertida en norma aprobada por el Parlamento Europeo, nos encontramos con un montón de despropósitos que no resisten un debate serio y riguroso.
Uno de los más potentes y ejemplar por su enorme repercusión social, son las “Normas en materia de emisiones de CO2 de turismos y furgonetas” comprendida en el “Objetivo 55” que dice: “Los turismos y furgonetas representan el 15% de las emisiones totales de CO2 de la UE”. Aquí volvemos a recordar que la emisión y movimiento de gases a la atmósfera, es imposible de conocer en detalle, menos de predecir en su dispersión sujeta al clima y sus fenómenos. Pero… ¿qué más da? Nos sacamos de la manga cifras (como ese 15% que al día siguiente puede ser el 20% o un simple 3%) con que engatusar al personal, realizadas con las tecnologías apropiadas como ocurrió en la mitad del pasado siglo con el fiasco de los límites al crecimiento (Club de Roma y los algoritmos del I.T.M).
Más absurda resulta la pretensión de “reducir tales emisiones a un 100% para 2035” en vehículos nuevos, pasando por el objetivo de “reducción progresiva hasta 2030 a escala de la UE”, lo que no pasa de ser otra supuesta “buena intención” que un 70% de países del mundo no comparte (afortunadamente pues la reducción del CO2 en la atmósfera repercute en el proceso de producción de oxígeno necesario para la vida). A menos CO2, menos masa vegetal y menos oxígeno. Así de fácil. Pues lo hacemos al revés.
Pero los “expertos” contratados directa o indirectamente, ya han dado su veredicto olvidando (¡qué casualidad!) que la mayor masa de CO2 en la atmósfera, procede de los océanos a los que habría que regular en su funcionamiento natural: transgresiones y regresiones, mareas y, sobre todo, biomasa superficial (plancton). Ya no cuela al menos para la gente normal.