El término “negacionista” que debería ser puramente descriptivo, se ha venido utilizando con carácter peyorativo en estos últimos años en forma equivocada (tal vez por pura ignorancia), por gobiernos, entidades, organizaciones sociales, medios de comunicación, etc. como una forma de desprestigio de las personas racionalistas y de la Ciencia en general, por el simple sistema de que “una mentira repetida un millón de veces acaba por ser verdad”.
Nada más incierto, sobre todo en el mundo científico donde las teorías, hipótesis y tesis, deben estar suficientemente consolidadas y probadas universalmente, para empezar a ser tenidas en cuenta inicialmente. Y sólo en su incipiente versión hasta que el tiempo, el aumento de pruebas, los debates abiertos (no excluyentes ni retribuidos) y la razón avalen unas u otras cosas.
Pero, en este mundo distópico, donde la inteligencia y el talento naturales han sido sustituidos por los artificios tecnológicos y el dinero (quien paga, manda) se ha producido una inversión del lenguaje y su significado, llevando a tachar de “negacionistas” a los racionalistas, cuando tal calificativo corresponde sólo a quienes dudan de la razón y la realidad (al menos de cara a la galería) consolidadas a lo largo de los tiempos.
Una galería de creyentes (de buena o mala fé) que van a proclamar a los cuatro vientos que la Tierra, el sistema solar o el propio Universo, está bajo el control de unos supuestos (y bien pagados) “expertos” del entorno político o de su entorno organizativo clientelar y que, tal circunstancia, les autoriza a imponer y someter a los demás a todo tipo de mentiras, despropósitos, arbitrariedades y fantasías, que sus intereses vayan demandando. Cada vez más personas, desde su simple intuición saben que hay más “trolas” en esa propaganda, que artefactos-basura en el espacio actual.
El problema es que se ha planteado como una nueva religión (o religiones) como la de la “calentología” en la que se afirma sin pruebas reales que el planeta Tierra está en peligro de desaparecer y, poco más o menos, también lo harán las especies vivas y, en el “breve plazo” de unos 8.000 millones de años (tiempo en que el Sol podría colapsar), no sólo la Tierra, sino el resto de planetas del sistema con sus satélites, seguirían el mismo camino. Todo ello muy interesante cuando vemos y comprobamos los muchos fallos de un simple pronóstico del clima de 3 días.
Para evitar tal suicidio colectivo, los propios organismos internacionales como la ONU y sus agencias se han metido en “jardines” que no les corresponde, erigiéndose como profetas de lo impredecible, junto al resto de corifeos que viven de los presupuestos públicos. En una catarsis colectiva de responsabilidad y arduo trabajo prospectivo (como ya ocurrió en los tiempos de Malthus o de los límites del crecimiento humano del Club de Roma), imponen las llamadas “agendas” (que recuerdan los “planes quinquenales soviéticos”), llenas de enunciados banales e infantiles o deseos utópicos, que les convierte en los “nuevos profetas” de la Biblia con esas “buenas intenciones” de las que está lleno el infierno. Mientras tanto, los conflictos bélicos en diversos puntos de la Tierra, la escalada de armamento, los millones de muertos y desplazados, son esa realidad que la nueva religión “negacionista” no quiere ver ni conocer para salvaguardar su responsabilidad institucional inicial: evitar las guerras. De nuevo el “negacionismo” oficial se enfrenta al racionalismo de la realidad en que nos vemos obligados a vivir diariamente.
Pero no, a ellos les preocupa la suerte del planeta a largo plazo (5 años) y se sacan de la manga aquellos datos que les conviene para “luchar contra el cambio climático” inminente, olvidando que existen registros históricos (a menos que se hayan destruido adrede), que abarcan muchos más años y que demuestran algo evidente: que el planeta Tierra lleva más de 3.500 millones de años funcionando “a su bola”, con unos cambios en su clima acordes con cada período geológico y los movimientos alrededor del sol; que todos los “desastres” anunciados, se han dado desde que la Tierra se configuró como planeta y que los seres vivos (todos) se han ido adaptando en su proceso evolutivo a cada situación (a menor escala, la gente nota la diferencia térmica entre estar al sol o a la sombra que puede oscilar entre 3/4º grados en las distintas estaciones del año). ¿Por qué el caos viene de un supuesto aumento de sólo 0,004º dentro de treinta años? ¿Por qué no se tienen en cuentan los registros históricos anteriores a que la especie humana fuera perversa y quisiera autosuicidarse? Porque eso pertenece a la cámara oscura que debe ocultar el “negacionismo” actual, en que están inmersos los adalides del “cambio climático”, de la “descarbonización, etc.
Esos nuevos adalides, bien pertrechados económicamente y con intereses muy concretos, son el paradigma de esa autodestrucción que predican, olvidando que el CO2 es el gas de la vida; el que permite el proceso vegetal por el cual las plantas producen el oxígeno que necesitan los seres para cumplir su ciclo vital y sus funciones fisiológicas. La respuesta la hemos tenido en la declaración judicial de “ilegales” las sanciones impuestas por este tema que, a pesar de todo, pretenden mantenerse a favor de la religión “negacionista”.
Un libro se titulaba: “Más Platón y menos Prozac”. Pues eso, más información racionalista, más dudas de las nuevas “verdades” y “dogmas” negacionistas del mundo de la propaganda y sus cómplices y más trabajo de la inteligencia natural que todos tenemos cuya capacidad supera a la tecnología. Por mucho que nos “cuenten” cuentos.