El concepto “figurante” en el argot teatral o cinematográfico, se refiere a aquellas personas anónimas o sin papel, cuya única razón de ser es participar en la escenografía del espectáculo. En este caso, de los doscientos países invitados parece que sólo acudieron a la representación treinta. Un porcentaje que dice mucho sobre la “preocupación mundial” existente, que contrasta a su vez con los 204 que asistieron a los Juegos Olímpicos de Tokio en plena pandemia (2020/2021).
Algo de esto se ha percibido en la cumbre climática COP27 celebrada en Egipto hace unos días, donde los figurantes llegados desde distintos países, han hecho de coro y cantado la partitura impuesta por quienes de verdad dirigen esa gran ópera contemporánea, bajo la batuta de intereses particulares. Su objetivo: “revisar la situación mundial y las medidas que se han llevado a cabo en todo el planeta, para combatir la crisis del calentamiento global”, lo que ha dado por resultado “una resolución sobre la protección del clima mundial para las generaciones…” (carcajadas del público).
La única diferencia con el mundo del espectáculo es el “caché” que cobra cada uno de estos figurantes, dignos de las primeras figuras del “bel canto”, en sueldos, dietas, acompañantes, alojamientos, comidas, turismo y transporte empleado, todo ello en un mundo cada vez más empobrecido, donde el hambre y la miseria contrasta con la opulencia obscena del coro de figurantes, cantando la excelencia de su “lucha” por “salvar el planeta” de los humanos (ellos no creen serlo porque algunos ya están transmutados).
Si se preguntara a cada uno de ellos por “su” papel en la función, quedarían perplejos y mudos. El cargo les obliga a ello en unos casos; en otros la verdadera razón es que siempre es apetecible el espectáculo y las derivadas del mismo que hemos enumerado (a saber cuándo se verán en otra) y, por ello, hay que disfrutarlo al máximo. No estaría de más que recibieran un curso acelerado previo a las representaciones anuales, que les diera “papel” más allá de los “gorgoritos” de la masa coral. ¿para qué están los miles de asesores de los dirigentes mundiales’.
Hablan o escuchan a supuestos expertos (también bien pagados) que recitan los salmos climáticos con idea de seguir estrujando los bolsillos de los sufridos y crédulos contribuyentes sometidos a la propaganda y al pánico apocalíptico permanente. Hacen unas cuantas visitas previamente “preparadas” y, sobre todo, dejan constancia fotográfica de que ellos participaron en un momento histórico para la Humanidad en que el planeta Tierra, cuya vida depende del Sol (al que se auguran unos 8.000.000.000 de vida todavía en su proceso natural y ritmo actual de fusión del hidrógeno al helio), fue salvado de su destrucción gracias a esas magníficas representaciones escénicas, remedo de los ritos religiosos primitivos pidiendo a los cielos la lluvia.
Y es que la mayoría de los figurantes se limitan a creer con fervor (o al menos intentan que los demás lo crean) que nuestra actual generación ha sido ungida por la divinidad para una tarea de tal envergadura que lleva inicialmente a “ordenar” la actividad solar y planetaria o de la propia naturaleza de la Tierra. Todo es cuestión de dinero, es decir, de impuestos y coacciones a todos los elementos perturbadores de las condiciones climáticas que “ellos” consideren adecuadas…. ¿para qué? El “combate de la crisis del calentamiento global” es una solemne tontería, cuando no una falacia científica que sólo afectaría a los llamados “gases invernadero” que, como cajón de sastre, sirve para todo. La “protección del clima mundial para las generaciones futuras” es lo mismo, sobre todo cuando las armas nucleares y los conflictos bélicos andan revueltos.
Tanta ignorancia y estulticia en el coro de figurantes viene a esconder las voces importantes con nombres y apellidos de las primeras figuras, con su interpretación correspondiente de “papeles” —según guion— en las diversas escenas y situaciones dramáticas. Unos son de sobra conocidos, veteranos en las muchas representaciones del tema así como en el “papelón” que les toca representar; otros están recién llegados al “casting” de donde saldrán instruidos convenientemente por la dirección escénica y se les reconoce por su falta de “savoir faire”, sus torpezas diplomáticas y su aparente desenfado que esconde en realidad su escasa personalidad; otros -los menos- se preguntan qué hacen ellos en este tinglado de la farsa, arrepintiéndose de aparecer en los “carteles”. En su conjunto forman un colectivo más que debe olvidarse de quienes son como individuos, para adoptar lo que se conoce como “línea editorial” común, donde cualquier opinión o pensamiento crítico debe ser anulado por el criterio impuesto a todos. En caso contrario la interpretación se resentiría y los pitos y abucheos del público desharían lo conseguido con tanto trabajo.
Las “giras” del espectáculo deben continuar con sus cientos o miles de figurantes y “sus” correspondientes servicios de prensa y comunicación, convertidos en jefes de la “clá” aplaudidora. La inauguración del espectáculo ya es añeja. Empezó en el año 1974 en Estocolmo cuando los muñidores del mismo empezaron a hacer sus anuncios apocalípticos. El documental del que fuera ex presidente de EE.UU Al Gore (“Una verdad incómoda” ) fue la manera de expresión audiovisual (manipulada según muchos) del caos climático.
Después ha tocado un escenario distinto: El llamado G-20 ha decidido que la isla de Bali en Indonesia es el lugar más adecuado para debatir los problemas mundiales (no se sabe para que sirve entonces la ONU como espacio institucional de debate), entre los que estará de nuevo el dichoso “cambio climático” y la “lucha” contra el mismo. El carro de la farsa con sus muchos figurantes está de nuevo en marcha. Volverán a oírse y repetirse hasta la saciedad las mismas voces, se harán las mismas fotos con los arrozales de fondo o el precioso templo de Tanah Lot con sus atardeceres de brillantes colores, mientras suena la música del “gamelan”. Cientos de aviones volarán por esos cielos contaminados dejando un rastro de motores de combustión que añadir a los existentes, como muestra ejemplar de la preocupación por el efecto invernadero de nuestros dirigentes mundiales.