«Quien controle las nubes y el clima, controlará el planeta»
Lyndon B. Johnson
Estas palabras atribuidas al ex presidente americano Lyndon B. Johnson, pueden explicar en cierta forma desde el “mesianismo” USA, gran parte de lo que estamos viviendo en nuestros cielos, donde la actividad constante de unos vuelos que deshacen nubes y juegan a ser como dioses, alteran los ciclos naturales del agua en gran parte del mundo, hasta el punto que la propia Agencia Española de Meteorología (AEMET) en el artículo “Aemet al margen de las llamadas avionetas anti-lluvias” de fecha 30 de septiembre de 2016, reconocía la modificación artificial del tiempo que se viene realizando en diferentes países y sus motivaciones: “Incremento modesto de la cantidad de precipitación, reducción de los daños asociados al granizo y la disipación de nubes muy locales en determinados aeropuertos o vías de importante circulación”.
La presuntuosidad dogmática con que el ser humano y sus discutibles tecnologías son llevadas a las agendas 2030 y 2050 por una clase política ignorante (o con intereses particulares), se está traduciendo en normas tan aberrantes como las llamadas “del clima”, donde se retuercen y manipulan datos orientados en su mayor parte al control de la población, al amparo del ya conocido mantra “no tendréis nada pero seréis felices”.
Es cierto que la humanidad desde sus comienzos (como el resto de seres vivos) ha mantenido una pugna con la Naturaleza, procurando de ella la obtención de algún tipo de beneficio —como es el caso de la lluvia— en un pulso permanente de poder donde siempre han vencido las fuerzas naturales. Esto nos ha llevado a una evolución adaptativa darwiniana de supervivencia de la especie. Desde el plano religioso presente en todas las culturas con sacrificios humanos incluso y rogativas a los dioses, hasta estos últimos experimentos que comienzan en el siglo XIX y continúan a lo largo del siglo XX (Veraart, Findeisen, Langmur y Schaefer o Vonnengut), la llamada “geoingeniería” ha ido intentando controlar la lluvia, tanto en sentido de provocarla como en el sentido de limitarla. Hacer un clima “a la carta” en definitiva (“lo que no pue ser, no pue ser y además es imposible”, decía “El Gallo”).
En todos los casos, lo más cuestionable son las consecuencias o daños colaterales de tal tipo de experimentos, tanto en la propia Biosfera, como en la capa atmosférica, donde ya se mueve un exceso de basura tecnológica que en su funcionamiento permite determinadas comodidades a una sociedad que —paradoja— se declara defensora del Medio Ambiente. Si en el año 1930,1942 y 1946 se usaba CO2 (un compuesto relacionado con la vida en el planeta), para estimular la lluvia y combatir el granizo que destruía cosechas, a mediados de siglo pasado se empezó a utilizar compuestos más efectivos como el yoduro de plata o yoduro de plomo, cuya toxicidad ambiental es reconocida.
El proyecto “Stormfury” de la NOAA (Administración Oceánica y Atmosférica de EE.UU.) en la década de los sesenta ya pretendía atenuar la intensidad de los huracanes, pero según la AEMET España también hizo su propio proyecto de intensificación de las precipitaciones (PIP) en la cuenca del río Duero entre 1979 y 1981, planteado y realizado por la Organización Mundial de Meteorología (OMM), organismo transnacional responsable del tema que advierte: “Se debe tener presente que la energía asociada a los sistemas meteorológicos es de tal magnitud, que es imposible crear sistemas nubosos que dejen precipitación, modificar los patrones del viento o eliminar los fenómenos meteorológicos extremos. Las tecnologías de la modificación artificial del tiempo carecen de una base científica sólida (cañones antigranizo o ionización) y no son científicamente creíbles.”
En China que pasa por ser país puntero en dichas prácticas, el profesor Xiao Gang del Instituto de Física Atmosférica de la Academia de Ciencias afirma: “no se debería depender demasiado de medidas artificiales para lluvia o para nieve porque hay demasiadas incertidumbres en el cielo”.
A pesar de eso los grupos dedicados a esta tarea siguen apareciendo, como es el caso del Programa de Investigación de los Emiratos Árabes Unidos para la estimulación de lluvia que, en 2015, dedicó una beca al equipo del investigador Masataka Murakami de la Universidad de Nagoya (Japón) de 5 millones de dólares USA, realizando en 2016 ciento setenta y siete operaciones de siembra higroscópica (con sales simples) de nubes “calientes” (+0ºC) en la frontera con Omán.
Es la siembra “glaciogénica” para la formación de hielo en nubes “frías” (-0ºC) la que conlleva el uso de yoduro de plata y otros posibles compuestos, cuya repercusión ambiental (“son tóxicas y perjudiciales para el medio ambiente”, dice la AEMET), debería ser objeto de un mayor control institucional en esas políticas de “planetas verdes” contradictorias con la realidad… pero en todo caso no olvidemos que “Todo el clima en la Tierra, desde la superficie hasta el espacio, comienza en el Sol que le influencia con sus cambios a través de su ciclo solar “. Más otros muchos fenómenos planetarios (añadimos) como vemos a continuación: “La radiación cósmica procedente de la muerte violenta de estrellas gigantes, se correlaciona con la generación de nubes…” (Henry Svensmark); “Las nubes enfrían más de lo que el CO2 contribuye al calentamiento. Durante los períodos de mayor actividad magnética solar, el viento solar bloquea parte de la radiación cósmica, por lo que se producen menos nubes y las temperaturas se elevan” (Eigil Friis-Christesen); “La física del espacio sustenta la idea de la importante conexión entre rayos cósmicos y nubes. A mayor actividad solar, más reducción de incidencia de rayos cósmicos” (Ján Veizer); “Las variaciones en la radiación solar juegan un mayor papel en el clima de la Tierra que cualquier otro factor” (Niv Shaviv).
Y surge la pregunta: ¿Tiene otros intereses espurios que se nos escamotean la manipulación artificial del clima? Por ejemplo: ¿mantener el calentamiento dogmático globalista?
Por todo ello es lógica la actitud desconfiada de los ciudadanos ante los relatos y descalificaciones que, tanto desde la política actual, como desde sus correas de transmisión mediática, se tache de “negacionistas” o “conspiranoicos” a los que son precisamente lo contrario: racionalistas científicos que no se dejan engañar ni comprar y que vienen a decir: “Dejen en paz nuestras nubes”.