Adaptación al cambio climático

Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

¡Albricias! Por fin nuestros amigos de la iglesia de la “calentología”, al igual que San Pablo cuando cayó del caballo, han visto la luz y han adaptado el léxico climático a la realidad del planeta Tierra Por fin se han dado cuenta de que no es posible regular el clima y menos aún “luchar” contra los continuos y permanentes cambios del mismo, donde la influencia antropogénica es una minucia, una simple “traza” en el lenguaje de la composición química de los elementos (al igual que la influencia en el llamado “efecto invernadero” en la atmósfera del gas de la vida, el CO2).

Ahora, en plena lucidez de nuestra inteligencia natural, comprendemos de la futilidad o absurdo de toda la propaganda y esfuerzos dedicados a ir en sentido contrario en la autopista de la realidad científica y sólo cabe “adaptarnos” a las condiciones que nuestra situación planetaria nos presente y que se nos manifiestan desde los primeros momentos de nuestras eras geológicas. No en vano la Paleoclimatología viene estudiando, analizando y aportando datos de los cambios en el “planeta azul” del sistema solar, a partir de testimonios físicos reales, no de elucubraciones artificiales.

El ahora llamado “Plan Nacional de Adaptación al cambio climático” que la UE ha requerido a sus estados miembros para incluir en las “hojas de ruta”, deja en su sitio dos cosas elementales: La primera de ellas es que cada nación o región geográfica de la Tierra tiene caracteres propios que impiden la imposición en plan “brocha gorda” de medidas idénticas para todos los continentes, con sus diferentes características y situaciones geográficas, orogénicas y geomorfológicas, pero también sociales, económicas, industriales, etc. La segunda es que es imposible por muchos avances tecnológicos o científicos, dominar la actividad cósmica que nos afecta, menos aún “luchar” contra ella y sólo cabe “adaptarse”.

La adaptación de las especies o de los seres vivos, es una realidad en el mundo de la evolución, en función de la capacidad que se nos ha dado para en cada caso, adaptarnos a las condiciones ambientales en que nos ha tocado vivir. En nuestro caso, al “progreso” positivo o negativo que ciertos bobalicones han llevado a los altares de las ideologías políticas. Ninguna situación es mejor que la otra, sino que responden a las condiciones de cada momento y a la capacidad de respuesta que nuestra inteligencia presente a las mismas. En unos casos con aciertos y en otros con fracasos clamorosos.

Lo más grave de todo ello es la manipulación consentida de realidades para retorcerlas desde la mentira, aprovechando un medio social abonado para ello.

Lo más grave es la compra o el alquiler de los principios de objetividad que deben presidir el mundo de la Ciencia, para tergiversarlos a favor de intereses espurios. Lo más grave es que una buena parte del mundo académico o universitario parezca haber olvidado la búsqueda de la verdad científica, para unirse a los palmeros de la política.

Los muchos fracasos de la perversión científica, que hemos creado, vienen de la sustitución de la incentivación moral por la incentivación material o el dinero, al amparo de instituciones públicas donde la soberanía nacional (el Estado) ha puesto toda su confianza y gran parte de sus dineros, esperando como los más importantes inversores, no ser traicionados por sus administradores.

En primer lugar, el bombardeo mediático y político, surgió de unas teorías que afirmaban la existencia de un “calentamiento global” extrapolando unos datos ínfimos en lo que representan nuestras vidas actuales (apenas una centena de años) en relación con las etapas en la vida del planeta (millones de años). Un error prospectivo tras otro, no han impedido abundar en ellos al amparo de las inversiones en tecnologías -absurdas en unos casos, útiles en los menos- que no tienen responsabilidades personales. Ya en la mitad del siglo pasado empezaron a plantearse foros y organizaciones de todo tipo, para lanzar los pronósticos más agoreros sobre el aumento imparable de temperaturas en la Tierra. Nadie tuvo en cuenta -al parecer- que los últimos ciclos climáticos de carácter glacial a lo largo del Pleistoceno, con períodos glaciares, interglaciares, pluviales o secos, pudieran seguir manteniéndose sin tener en cuenta los “acuerdos” variopintos y meramente voluntariosos surgidos de los mencionados foros. “El calor mata” se decía y se repetía por todas partes, evitando añadir: el frío o la falta de oxígeno por disminución de la fotosíntesis por la carencia de CO2, es el final de los seres vivos. Pregúntese a la Medicina lo que significa la falta de oxígeno en nuestro organismo.

Luego se fabricó un nuevo “slogan”. Al parecer, acabábamos de descubrir al cabo de miles de años el “cambio climático” y, sin andarnos con rodeos, unos cuantos se sacaron la teoría de la “lucha contra el cambio climático”, adobado de una cierta ideología política donde la Humanidad se convertía “per se” en culpable de todos los males que se cernían sobre el planeta. Con ello se conseguían dos cosas: sumisión y obediencia de las personas a cualquier medida por sorprendente o nociva que fuese en la realidad de la gente y al mismo tiempo imponer la idea de élites sabias dominando el poder. Esa llamada “lucha” no ha pasado de unas declaraciones rimbombantes, en reuniones de esas élites que, eso sí, han estado intentando alterar localmente unas condiciones atmosféricas o manipulando los aparatos de medición o los datos dejándose por el camino las numerosas variables necesarias para poder establecer sus tesis.

Finalmente hemos llegado a la sensatez que implica reconocer la impotencia humana para gobernar el clima o la naturaleza, cuando no la actividad planetaria y, por ello, surge ahora una visión más realista con el nuevo “slogan” de “adaptación al cambio climático”. Hemos dado una vuelta innecesaria y muy costosa en todos los aspectos, para volver a la casilla de salida y seguir adaptándonos (como siempre hemos hecho desde la inteligencia natural) a las condiciones ambientales de cada lugar de la Tierra.

¿Quién o quiénes deberían responder ahora de las persecuciones a sus colegas? ¿Quién o quiénes deberían responder de crear falsas ilusiones y esperanzas de dominio planetario, con alto coste social a unas poblaciones sometidas? ¿Quién o quiénes deberían reconocer sus muchísimos “errores” surgidos de la equivocación inocente o de la mentira consciente? ¿Quién o quiénes deberían tener un ápice de honestidad para denunciar el tinglado?

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