Que tres militares norteamericanos hayan declarado bajo juramento ante un comité de la Cámara de Representantes que el Gobierno de los Estados Unidos está en posesión de naves extraterrestres y de restos biológicos de sus ocupantes ha vuelto a sobresaltar a la opinión pública terrícola, atareada y dividida en sus propias cuitas. Es, ciertamente, un paso más respecto de las muchas conjeturas que en el pasado alimentaron la imaginación provocando verdadero terror entre al menos una parte del vapuleado género humano.
Esta vez no estamos ante el gran bulo esparcido por Orson Welles a través de la radio aquella noche de Halloween de 1938 en que con su voz profunda y convincente provocó el pánico en millones de oyentes que creyeron que “un ejército invasor procedente de Marte” se aprestaba a velocidad sideral a la conquista de la Tierra. Desde entonces, tanto en Estados Unidos como en muchos otros lugares del planeta, también en España, se han registrado numerosas denuncias de supuestos apercibimientos de OVNIS (Objetos Voladores No Identificados), la mayoría de ellos por parte de pilotos de las Fuerzas Aéreas o de operadores de la Marina, captados mientras realizaban sus tareas rutinarias.
Aunque en el imaginario popular persiste la denominación de OVNI o UFO en inglés, el Departamento de Defensa norteamericano lo cambió por el concepto más amplio de UAP (Unidentified Aerial Phenomenons), correspondientes en español a las siglas FANI. Así, se han multiplicado el número de informes en el que se plasman cualquier tipo de amenazas espaciales, sea por globos, aviones no tripulados, drones o incluso aves manipuladas o camufladas.
El Pentágono ha aumentado considerablemente el número y volumen de sus dosieres. Según las declaraciones de los militares, ahora en la reserva, David Grusch, Ryan Graves y David Fravor ante el comité de la Cámara Baja del Parlamento norteamericano, el Gobierno tendría guardados en almacenes secretos pruebas fehacientes de las naves extraterrestres que habrían llegado a la Tierra, así como restos biológicos de sus ocupantes, “seres no humanos”. Los restos de las citadas naves los describieron como “cubos negros dentro de esferas transparentes, que flotarían y se desplazarían sin ningún tipo de propulsión aparente”. El más locuaz de los tres testigos, el exoficial de inteligencia David Grusch, afirmó ante los diputados haber “contemplado él mismo a una de estas naves pasar de una posición estacionaria a desplazarse a velocidad hipersónica en una fracción de segundo”.
Los tres testigos reconocieron que el Gobierno sigue con atención desde hace décadas, en concreto desde los años treinta del siglo pasado, los fenómenos relacionados con extraterrestres, pero que hasta ahora al menos no sólo ha ocultado deliberadamente sus informaciones a la opinión pública, sino también al Congreso.
Cada uno de los tres explicaron ante los diputados sus propias experiencias personales, coincidentes todas ellas en que la tecnología de que disponían los artefactos con que se encontraron les permitían maniobras y desplazamientos de muy superior envergadura a los que poseen la NASA o las Fuerzas Armadas. No descartaron, sin embargo, que una parte al menos de estos fenómenos detectados fueran sofisticados drones de alguna potencia extranjera, sin mencionar a ninguna expresamente, pero admitieron que, en caso de ser así, “existe un grave y urgente problema de seguridad nacional”.
El informe del Pentágono, que ha servido de base para la creación de este comité de la Cámara de Representantes, no hace referencia alguna al origen extraterrestre o alienígena de los fenómenos, y sí pone el acento en cambio sobre la posible implicación de gobiernos extranjeros. Recuérdese al respecto la reciente destrucción de un globo chino que presuntamente realizaría labores de espionaje, que surcó los cielos de Estados Unidos de oeste a este antes de que el presidente Joe Biden diera orden de destruirlo, recoger sus restos en el mar y analizarlo minuciosamente.
En todo caso, los diputados del citado comité han tenido la oportunidad de contemplar diversos vídeos en los que salían diversos de estos FANI, objetos que aparecían y desaparecían en un nanosegundo, pero que desprendían intensos fogonazos de una luz cegadora. Además de los testigos directamente implicados, los FANI seguirán alimentando la imaginación y los relatos de anticipación de no pocos guionistas de cine y televisión, al menos antes de que además de los avistamientos se produzca algún encontronazo. Aunque para entonces, quizá sea ya demasiado tarde.