
En el año 1967 se publicaba un libro de ensayos que abordaban esta cuestión, realizados por un panel internacional de científicos, cuando aún esta actividad era fiable por su honestidad y su rigor. Publicados en “Cahiers d’etudes biologiques”, nº 6-10.- 1960/1963”, suponían no sólo una aproximación a una cuestión filosófica y moral (en el caso de la especie humana), sino también biológica, antropológica y fisiológica en el conjunto de los seres vivos.
La cuestión se centraba en el planeta Tierra, único que -por el momento- presentaba una riqueza de “vida” que había ido evolucionando desde que éste se formó, se consolidó y enfrió, entrando en la órbita del Sol del que recibe “luz y calor” (según se nos enseñaba en el plan de estudios primarios de la época, en esa enciclopedia que, como único texto, existía).
Entre las hipótesis que se formularon surgió la idea de que, en un principio, por las condiciones de formación planetaria, la atmósfera que rodeaba la Tierra no tenía oxígeno (era reductora). Es decir, no había posibilidad de existencia de “vida” de ningún tipo. Se tardaron 1.500 millones de años para que esa atmósfera se fuese cargando de oxígeno que hizo posible la aparición de los primeros procesos de “vida” partir de la composición inicial de hidrógeno, metano, amoníaco y vapor de agua (a los que se unirían el carbono, nitrógeno, oxígeno e hidrógeno., existente en las proteínas, glúcidos, lípidos y ácidos nucleicos).
Todos ellos formarían biomoléculas a partir de fuerzas energéticas que se han identificado como fuentes de radiación: ultravioletas, descargas eléctricas, ionizantes y caloríficas principalmente, creando un medio ambiente prebiótico que los americanos Calvin y Miller reproducirían en laboratorio, consiguiendo al cabo de un tiempo moléculas análogas a las que existen en la materia viviente actual. En ese origen se sitúa el carbono (que ahora se nos presenta como enemigo público nº 1), dándole un origen antropogénico cuando la especie humana apenas abarca dos millones de años en su proceso teórico de hominización.
La vida se identifica por el momento como un fenómeno singular terrestre, por las condiciones especiales del planeta Tierra entre otros del sistema solar, aún desconocidos en este aspecto, cuya situación orbital conocida, composición y formación, podrían haber sido diferentes, sin descartar nunca la posible existencia de otras formas de vida en los miles de millones de galaxias y de estrellas e innumerables planetas en un universo infinito. La Exobiología es la ciencia que trata de esta cuestión y la ciencia ficción la ha llevado a la narrativa literaria y cinematográfica La Geología ha logrado secuenciar las distintas fases de la historia del planeta y la Biología se ha ocupado en formas diferentes de la evolución de las especies.
En todo ello ha estado presente el carbono, desde la formación de las células primigenias hasta el último ser viviente más complejo y sofisticado. En esa materia viva existen dos grupos de sustancias: los ácidos nucleicos y las proteínas que los caracterizan. El carbono por su parte se ha dividido en dos tipos: el carbono mineral, propio de las transformaciones de la corteza terrestre y el carbono orgánico, cuyo origen son los seres vivientes, que contiene vestigios de vida en las rocas fechadas en 3.000 millones de años (la microscopía electrónica presenta huellas de bacterias de más de 2.000 millones).
Los primeros seres vivientes fueron bacterias y algas azules, seres muy sencillos que ya presentaban todo lo necesario para cubrir un proceso vital, formarse, adaptarse y reproducirse. Gracias a ellas -y en especial a las algas azules que poseen clorofila- eran capaces de fijar el CO2 y expeler oxígeno que transformó la atmósfera reductora en oxidante donde la vida pudo empezar a fijarse, a imponerse y a evolucionar, pasando del patrón unicelular al pluricelular perfeccionando tipos, especies, géneros, etc.
Desde la conquista vegetal iniciada con las algas azules y la existencia de oxígeno en el aire, la vida en general creó un proceso continuo evolutivo, donde el CO2 constituye la base para el funcionamiento fisiológico de todo tipo de especies (a excepción de las anaerobias) incluyendo a la especie humana.
La dependencia mutua entre el CO2 como productor del oxígeno a través de la fotosíntesis y los seres vivientes, unida a la multiplicación de especies, establece unos vínculos entre el mundo vegetal y el animal, donde los factores evolutivos de adaptación, selección de los más aptos, reproducción de especies y desaparición de las mismas, se producen en ciclos ligados al medio ambiente y a los distintos ecosistemas, a su vez infuenciados por factores de diferente origen: radiaciones cósmicas, movimientos planetarios, ciclos solares, etc.
Otro aspecto ajeno al físico aparece en el mundo del pensamiento filosófico. Si las propiedades básicas reconocidas de un ser vivo son el nacimiento, las funciones orgánicas, la reproducción y la muerte, existen diversas escuelas que colocan la existencia de un ser todopoderoso que dota a cada uno de los seres vivos de aspectos peculiares, originales y diversos. En los seres humanos un alma inteligente que los hizo “reyes” de la Creación, sometidos a virtudes y vicios que debemos administrar con sabiduría en el tiempo concedido de vida.
En eso consiste la vida. En una adaptación constante a situaciones y circunstancias que se nos escapan y a las que debemos enfrentarnos. Tanto si son de orden fisiológico (enfermedades), como si son de orden moral (virtudes y vicios), como si son de carácter intelectual (talento y creatividad), todas ellas relacionadas entre sí y con el resto de semejantes. Todo lo que nace, muere o se transforma sin remedio. Lo llaman ley de “vida”, si bien no coincide en todos los aspectos de la amplísima biodiversidad existente.
Disfrutemos de ella sin que el miedo a vivir nos paralice.