El sociólogo estadounidense Robert King Merton, en su ensayo “Los imperativos institucionales de la Ciencia”, se refería al “ethos” que le correspondería en una sociedad moderna, empezando por desmontar el significado de la palabra “ciencia”:
En la extensa crisis pandémica sufrida por el mundo a causa de un virus que podría haber sido manipulado artificialmente con objetivos desconocidos, la gran ausente ha sido la Ciencia como tal debate limpio, objetivo, riguroso en su investigación y, sobre todo, responsable socialmente ante el pánico promovido por el poder y sus brazos ejecutores de propaganda: los medios de comunicación (siempre con las excepcionales salvedades) donde “la autoridad tomada de la Ciencia, otorga prestigio a la doctrina no científica” (Merton).
Pues bien, el día 24 de junio de 2021 se establecía en el Congreso de los Diputados la “Comisión de investigación de vacunas” bajo la presidencia del diputado Guillermo Antonio Meijón Consabo, cuya primera sesión se limitó a emplazar a la misma para más adelante (quizás por la cercanía del verano). Su objetivo aclarar en la medida de lo posible todo lo relacionado con esa “vacuna” que venía impuesta por la pandemia.
Por ella han pasado —al parecer— numerosos “expertos” o científicos, cada uno de los cuales tuvo la oportunidad de dar su punto de vista sobre el tema, dando a los diputados la posibilidad de aclarar cuantas cuestiones lo precisaran. Entre ellos existían quienes sometían la Ciencia al conflicto de intereses entre sus cargos institucionales y el “ethos” científico.
Ninguna de estas intervenciones había tenido la repercusión científica (y sobre todo mediática) de la del profesor Joan Laporte Roselló, que empezó por describir su historial científico y sanitario en forma sencilla, ante una escasa representación de diputados (sólo tres diputadas —lo que da idea del interés político por el tema—), declarando explícitamente “no tener conflictos de intereses relacionado con la industria farmacéutica o de productos sanitarios”. Su intervención breve pero contundente, ha suscitado de inmediato curiosidad y sobre todo respuestas claras a la “estrategia de vacunación seguida en España frente al Covid-19 y sus sucesivas actualizaciones”.
Siempre hemos dicho que la Ciencia era la gran ausente en una cuestión que le atañía directamente. La Ciencia libre, independiente, sin ataduras ni complejos, tal como ha demostrado el profesor Laporte, ante quienes tienen la enorme responsabilidad política de informar verazmente a sus representados: la soberanía nacional.
La exposición de este científico sin ataduras ha sido tachada inmediatamente de “negacionista” por los nuevos inquisidores mediáticos que, en tiempos de Galileo (y tantos otros) también los habrían condenado por ir contra el pensamiento “correcto” (en muchos casos, conocedores de su venta o alquiler al poder de turno). La razón siempre se ha opuesto a la superstición, la ilustración a la ignorancia. Lo mismo ocurrió con otros eminentes científicos (como Jean Luc Montaigner, premio Nobel de Medicina), que alertaron sobre este “experimento” sanitario.
El texto íntegro, aparte de ser publicado (como es preceptivo) en el boletín de las Cortes, fue recogido por “Diario 16” el día 9 de enero de 2022, bajo la firma de Beatriz Talegón, del que recogemos a continuación algunos de sus párrafos:
El profesor Laporte entiende como tales “cualquiera que requiera o prolongue la hospitalización, dé lugar a una discapacidad significativa o persistente, a una malformación congénita, ponga en peligro la vida o resulte mortal”. De estos efectos adversos “872 en menores de 20 años”.
Más adelante se refiere a las vacunas disponibles “basadas en una nueva tecnología: ARN (ácido ribonucleico) mensajero con intención de estimular el sistema inmunitario a través de una proteína del propio virus”. Tal operación “no puede entenderse como verdaderas vacunas ya que se basan en una tecnología nunca usada en terapéutica, por lo que la vacunación masiva ha supuesto un gran experimento global sin precedentes en la historia… Los estudios clínicos de medicamentos y vacunas son diseñados, realizados e interpretados por la compañía promotora, así como el control de la calidad de los datos recogidos (La BMJ «British Medical Journal», ha descrito irregularidades en algún ensayo) siendo el fraude habitual en la catalogación y archivo de los acontecimientos adversos. También se comete fraude en los ensayos clínicos sobre vacunas”.
El informe del profesor Laporte ante la Comisión Parlamentaria del Congreso, contiene amplias referencias a las llamadas “evidencias de los ensayos clínicos promovidas por las compañías farmacéuticas, que sólo pueden ser considerados como indicios ante una enfermedad nueva, desconocida, imprevisible en su evolución y sus secuelas. Las llamadas evidencias sobre las vacunas no tenían nada de cierto, nada de claro y sí, muchas patentes”.
Las vacunas “¿evitan la transmisión o contagio? Está claro que no, de modo que el pasaporte o certificado Covid, carecía de base científica y además puede haber contribuido a aumentar el número de casos al dar una falsa sensación de seguridad a quienes lo obtenían”.
Este breve resumen quizás sirva para despertar el interés del “soberano” sobre algo que le concierne directamente: su salud y su vida.