Ante todo quiero dejar patente, como director general de Casa África y en nombre de todo su equipo mi solidaridad, afecto, respeto y cariño con todos los ciudadanos de La Palma, así como con todos los canarios que estamos viviendo con emoción y consternación este fenómeno, que se lleva por delante las propiedades, los recuerdos y vivencias de un gran número de personas.
Es difícil confrontar las sensaciones que deja un espectáculo de la naturaleza de estas dimensiones que a la vez es capaz de arrasar, de forma implacable, con todo lo que tenían centenares de personas en esta isla.
En toda mi trayectoria en las instituciones públicas he tratado en diversos momentos con los fenómenos vulcanológicos propios de nuestro Archipiélago. Canarias, tierra de origen volcánico, de naturaleza volcánica y de evidente riesgo volcánico, constituye la zona de España que en los últimos 70 años ha venido siendo objeto de atención por las instituciones estatales y, singularmente, las de nuestro Archipiélago. Así, el Consejo de Ministros celebrado el 19 de enero de 1996 (bajo presidencia de Felipe González) dictó la directriz básica de planificación de protección civil ante el riesgo volcánico en España, con la que se describe y delimita la única zona del territorio nacional con volcanismo activo expuesta al riesgo volcánico: la comunidad autónoma de Canarias.
Esta afirmación está basada en las 16 erupciones históricas ocurridas en Canarias desde el siglo XV, protagonizada en cuatro de los siete principales sistemas volcánicos insulares de Canarias, que empiezan con la que ocurrió en Tacande (Isla de La Palma) en 1430 hasta la que aconteció en las proximidades de la isla de El Hierro en 2011. Por tanto, y a pesar de que las Islas Canarias se encuentran expuestas a diversos riesgos naturales, el riesgo volcánico sin lugar a dudas constituye el peligro natural bandera de nuestra comunidad autónoma.
Las erupciones históricas en Canarias, que se han caracterizado principalmente por tratarse de erupciones basálticas fisurales, con bajos índices de explosividad volcánica (VEI –Volcanic Explosivity Index), han repetido los esquemas que estamos viendo estos días: erupciones acompañadas de coladas de lava, piroclastos de caída de proyección balística, así como de dispersión de cenizas, gases volcánicos, terremotos volcánicos, etc…
Los expertos afirman que el pasado geológico de Canarias ha sido escenario de erupciones de mayor índice de explosividad y procesos catastróficos que han dejado en el territorio ‘huellas’ de peligros volcánicos de diferente calado.
Los daños materiales que se generaron por las erupciones históricas de Canarias estuvieron ligados al impacto de los diferentes peligros volcánicos asociados a ellas; destrucción de viviendas, infraestructuras o campos de cultivo como consecuencia de las coladas de lava, destrucción y daños de las zonas de cultivo como consecuencia de los piroclastos de caída, desprendimientos de tierra, disminución del caudal de las aguas, o desplomes de edificios como consecuencia de la sismicidad ligada a los procesos eruptivos.
En estos días, es fundamental entender que en los archipiélagos que integramos la Macaronesia (Canarias, Azores, Madeira, Cabo Verde), el riesgo volcánico va creciendo. Actualmente es mayor que el de 50 años atrás, esencialmente debido a un mayor desarrollo poblacional y socioeconómico de las Islas expuestas a los peligros asociados al fenómeno volcánico.
Dado que este desarrollo previsiblemente continuará en los próximos años, el riesgo volcánico en los Archipiélagos será mayor en el 2050 que en la actualidad. Por tanto, es importante fortalecer todas las capacidades para contribuir a la reducción del riesgo volcánico, especialmente porque este es el riesgo natural prioritario y diferenciador de nuestros archipiélagos respecto al continente.
La vigilancia y la gestión de la emergencia volcánica constituyen las actuaciones más útiles con las que contribuir a la reducción del riesgo en zonas densamente pobladas. Resulta fundamental, pues, que el objetivo principal sea el fortalecimiento de las capacidades tecnológicas para la monitorización de la actividad volcánica, siempre con la finalidad de mejorar el sistema de alerta temprana ante erupciones volcánicas y las crisis sismovolcánicas previas. Los científicos, pues, deben tener todos los medios disponibles para poder hacer su trabajo.
Es evidente que con lo sucedido estos días en La Palma, con la respuesta científica (antes y durante de la explosión) y con la reacción que se le ha dado al fenómeno por parte de todas las instituciones públicas y los servicios de emergencias (de los que debemos estar muy orgullosos), podemos decir sin complejos que Canarias y España se han convertido en todo un referente internacional en este campo.
Además, es un motivo de orgullo para nuestro país que en unos momentos de confrontación política y de tensiones entre partidos que hacen muy complicada el día a día, el consenso alrededor de como se ha gestionado la crisis de La Palma ha sido total. Mi enhorabuena y agradecimiento ahí a los Reyes de España, Felipe VI y Doña Letizia, al presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, al presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Victor Torres, al presidente del Cabildo de La Palma, Mariano Hernández, y a todos los alcaldes y alcaldesas de los municipios afectados por su presencia constante, por su sensibilidad con los palmeros y por no hacer de esta catástrofe otra excusa para lanzar eslóganes en redes sociales.
Sin duda, los países de la Macaronesia, entre ellos nuestro amigo africano, la República de Cabo Verde, están muy atentos a lo sucedido y querrán reforzar los lazos ya existentes entre la comunidad científica que estudia las potenciales zonas de erupción volcánica que existen en la actualidad.
Desde la máxima solidaridad, desde Casa África queremos poner a disposición nuestra experiencia en la creación de redes para hacer esto posible. No es casual que este es un proyecto del que hayamos hablado en diversas ocasiones en el último año, por ejemplo en mi última y reciente visita a la República de Cabo Verde. Sin duda ahora la prioridad debe estar en lo que está, que es la de atender la emergencia, y tratar de paliar en la mayor medida posible el enorme daño que están haciendo las coladas de lava en diversos municipios de La Palma.
Pero es importante remarcar que los volcanes se apagan, que este de La Palma más pronto que tarde será un recuerdo y que después, en uno, dos o diez años, podríamos encontrarnos con otro fenómeno similar en El Hierro, en Tenerife, en Madeira, las Azores o en Cabo Verde.
Ahí, insisto, sucederá que el propio desarrollo de todas estas regiones hará que el riesgo volcánico tenga siempre un mayor potencial de afectar a zonas pobladas, a las personas. Y el ejemplo que hemos dado esta semana en La Palma, donde tenemos la enorme suerte de no contar ningún fallecido, deberá tomarse como ejemplo. Y el gran volumen de datos y conocimiento que están acumulando nuestros científicos (antes, durante y después del volcán), serán por muchos años una referencia ineludible para todos nuestros vecinos.