Las puertas dividen, sellan, clausuran, separan, son el olvido mientras no estén abiertas.
No ocurre lo mismo con las ventanas aunque estén cerradas, pues desde dentro el mundo de fuera sigue existiendo, siempre que exista aunque sea una débil cortina que permita un rayo de luz y hasta una tenue voz que palpite más allá de la oscuridad de cualquier aposento.
Es lo que se han propuesto 11 mujeres de diferentes edades y oficios. Mariví Escribano, restauradora de profesión y escultora, fue quien convocó al grupo entre las que hay alumnas suyas, para llevar un mensaje de viento y agua, añoranza del tiempo, recuerdos buenos que tiene la vida.
Las ventanas en cuestión son unos marcos que en su día sirvieron para el oficio de marras, pero que una vez jubiladas estarían destinadas a otros quehaceres o, simplemente, a la hoguera. Escribano y sus chicas se pusieron manos a la obra para dejar traslucir a través de estos rectángulos de madera, música; bordados; botones cual estrellas de pasta; animales con pretensiones mitológicas; flores, muchas flores; triángulos en los que se adivinan notas musicales; un cortinaje con cotilla incluida o una elegante dama tocada con pamela y fumando con una boquilla al más puro estilo belle époque.
¿Arte puro o simple decoración es lo que hay en esta exposición de la galería Lanza? El espectador amante de la plástica en general puede quedarse con una síntesis de ambas disciplinas, de estas composiciones plásticas que es lo que son en suma estas ventanas llamadas a dar nueva entrada a la vida. Lástima la corta duración de la exposición, que sólo estuvo en Madrid el 13 al 18 de febrero. Esperemos que se repita y por más tiempo.