Esta pintora madrileña, desconocida en ese amplio y versátil espacio que llamamos el “mundo del arte”, se nos presenta en su actual catálogo, con una amplia producción de obras donde se mezclan unos cuantos de los “ismos” que, a lo largo del siglo XX se configuraron en el arte contemporáneo con mayor o menor éxito.
Según Andy Warhol -uno de sus representantes más popular- “el arte es todo aquello que el artista dice que es arte”. Esta simple explicación nos ha llevado a olvidar que el arte es y debe ser, sobre todo, la forma de expresión de artistas, que vuelcan a través de sus obras sentimientos propios, tan variados y poliédricos como es el mundo interior de cada autor.
Susana Domínguez, crecida entre lienzos y pinceles al lado del artista pintor hiperrealista Manuel Domínguez, ha ido trasladando a lo largo de su vida emociones y pasiones a la pintura y a la literatura, desde un buen oficio de dibujo heredado de su padre. Sus obras han nacido de sus propias vivencias personales desde un expresionismo capaz de todo tipo de calificaciones: abstracción, surrealismo, conceptualismo, onírico, etc. con un toque de ingenuidad que las hace inquietantes por la combinación sabia y precisa de formas, movimientos y mensajes misteriosos.
Autora de varios libros, ha publicado recientemente sus “Poemas de los adentros”. una recopilación de textos poéticos o poemáticos. Cada uno de esos poemas surge de lo más profundo de su alma, desnudándola públicamente en la forma que Jean Paul Sartre en “Huis clos” (A puerta cerrada), impone a sus personajes: “desnudos como gusanos”. Auténticos y reales frente a la hipocresía de su papel en este mundo.
Por eso, la autora polifacética Susana Domínguez se interesó en su día por el teatro. Porque ella misma necesitaba buscar su realidad, tras el “trampantojo” de su personaje en la vida diaria, disperso, nómada o “romero” (en palabras del poeta León Felipe: “que no hagan callo las cosas ni en el alma, ni en el cuerpo”) por muy diversos caminos.
De ahí surgió la belleza misteriosa de su pintura, que también busca algo que se escapa, que es huidizo como el amor, la poesía, la música y la fantasía. Lo hace desde la gestualidad espontánea, limpia y precisa de sus pinceladas y el cromatismo de unos imaginarios mundos cósmicos y quánticos, de radiaciones geomagnéticas y vidas en ebullición permanente, de un Universo imaginario donde nada es imposible (o tal vez sí) en la amalgama caótica de formas.
Desbordada emocionalmente por tan intensos estímulos, comienza una nueva etapa en que sus obras van adquiriendo unos formatos acordes con los textos poéticos de su literatura que aparecen en el reverso de los lienzos, combinándose la expresión plástica con la expresión literaria, sin que exista una predeterminación de un tipo u otro, sino una fusión de ambas. En la serie “Por delante y por detrás”, una conjunción de su actual necesidad de expresión conceptual y emocional, donde el negro y el blanco juegan con una dualidad que se permite matices neutros. Más tarde, la serie “Mundos oníricos” jugará con un surrealismo colorista e impactante de formas primarias de vida aún indescifrable, a la que seguirá “Flores exóticas” con la explosión del mundo vegetal irreal de otros tiempos planetarios, que se complementa con la serie “El espacio entre las cosas”, donde el espectador tiene el reto de cubrir esos huecos que llevan de unas obras a otras o de componer polípticos propios.
En todo ello, no hace falta echar mano de los conocidos “untitled” (sin título), en el arte contemporáneo, porque se sienten (o no se sienten) por el espectador los ríos que fluyen por el estado anímico de la autora y se identifican con los de quien se coloca ante ellos. Cruzan -como en el teatro- la “cuarta pared”, para confundirse, abrazarse, reconocerse o rechazarse. Esa es la magia del arte.
FOTO: “Cueva onírica” (acrílico s/lienzo), obra de Susana Domínguez