Picasso: ¡Qué fiera, qué bestia, qué máquina!

Grabado de Picasso
Miguel Manrique
Por
— P U B L I C I D A D —

De tantas cosas que se pueden decir de Pablo Ruiz Picasso es que no sólo era calidad en estado puro, sino cantidad, también en el más puro de los estados. Es que todo lo que pintó el malagueño fue como mínimo bueno y que no paró un minuto en su vida de imaginar. Una de sus mujeres (no recuerdo cuál, dada la extensa colección) decía que no se podía ni tomar un café con él en la cocina, pues al momento cogía una cuchara y la doblaba para hacer una especie de escultura.

Tan febril producción es lo que me vino a la cabeza el pasado 13 de febrero en el Museo ICO, de Madrid, al contemplar la serie de 100 grabados, elaborados entre 1930 y 1937 en París. La muestra se enmarca en la La Suite Vollard de Picasso, fruto de una colaboración entre el pintor y el marchante y galerista Ambroise Vollard. Ambos personajes hicieron un intercambio que constó de 97 planchas de cobre grabadas para el francés y un importante número de obras de otros artistas, que fueron a nutrir la colección privada del español.

Ambroise Vollard

No es difícil creer que Picasso no dormía, ni comía y que sólo trabajaba. La prueba está en que pueden encontrarse hasta 3 piezas hechas un mismo día. Pero es que, además de los grabados expuestos en Madrid, este esclavo del arte plástico pintaba al óleo, acrílico o a lo que fuera, sobre lienzo, madera o en el soporte que le viniera en ese momento al corazón y al cerebro.

Ese diálogo con la materia pictórica que cuelga de las paredes del ICO, está clasificado en temáticas tituladas Temas varios, El taller del escultor, La batalla del amor, El Minotauro, El Minotauro ciego y Rembrandt; el pintor neerlandés, al que Picasso tanto admiraba y tenía como referente. Remata el conjunto un par de retratos del otro padre de esta criatura, el comerciante en arte, Ambroise Vollard.

Valiéndose de técnicas aptas para el grabado como aguatinta, buril, punta seca y aguafuerte­­ —mayoritaria— el andaluz universal plasma las tormentosas relaciones con las mujeres; las evocaciones hacia lo clásico greco-latino; la vida entre las cuatro paredes del taller y una serie de obsesiones, propias del genio creador. En el Picasso de esta Suite no seadvierte al cubista ni, mucho menos, al surrealista que se espera por las tendencias imperantes en la Francia del momento; lo que valió las críticas de la comunidad artística, en la que se le acusó de retrógrado… bendito retroceso.

La muestra, bien explicada por su comisario Gonzalo Doval Sánchez, estará a disposición del público hasta el 20 de julio, en la calle Zorrilla, 3, sede del Museo ICO. Y es de agradecer que algo como este Instituto de Crédito Oficial, descienda de algo tan prosaico —aunque necesario— como la Economía a la sensibilidad artística, a través de la Fundación que alberga al Museo.

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