Elliott Erwitt (1928-2023) nos dejó el pasado año cuando ya divisaba el siglo de una vida en la que se convirtió en uno de los artistas más observadores de la gente que se le cruzó en su camino. Son los grandes protagonistas de las 135 copias de época de algunas de sus instantáneas más conocidas. De ellas, 122 son impresiones en pequeño formato, a menudo denominadas “impresiones de trabajo”, puesto que fueron utilizadas por el autor para el desarrollo de libros y revistas. Junto a ellas, la exposición se completa con 13 copias de gran formato, selección de sus fotografías más icónicas, cuyo fin era precisamente la exhibición en museos y galerías.
Comisariada por Andrea Holzherr, estas “obras maestras”, como las denominaba el propio Erwitt, junto con las “impresiones de trabajo” conforman en la sede de la Fundación Canal de Madrid una colección única de material original, procedente directamente del estudio del artista y que se presenta por vez primera así ante el público con esta disposición, muestra que se exhibirá hasta mediados del mes de agosto.
Como afirma Holzherr, “es una celebración del espíritu humano y un testimonio de lo sublime que se puede hallar en los momentos de la vida cotidiana”. En efecto, Erwitt poseía una capacidad única para capturar la esencia de las personas, utilizando para ello tanto el corazón como el ingenio. Su trabajo es una antología visual de la experiencia humana, caracterizada por un enfoque distintivo que va más allá de la mera documentación, gracias a su capacidad para dotar de humor a sus composiciones sin sacrificar la sinceridad. Encontró ese humor en la condición humana, de forma que supo crear imágenes que trascienden las fronteras culturales y hablan de la experiencia compartida de encontrar alegría en los momentos cómicos de la vida.
Ese humor lo encuentra también en sus instantáneas de animales, en las que sabe capturar la relación entre los humanos y otros bichos de diferente especie, pero siempre encontrando complementariamente ternura y perspicacia.
Quienes le han conocido señalan que era un observador apasionado de la condición humana, a la que descubría “como los avistadores de aves”, en alusión a su paciencia suficiente como para esperar a que las especies raras se cruzasen en su camino. “Tenía un don notable para encontrar lo extraordinario en lo ordinario, ya fuera una expresión fugaz, una composición divertida o un conmovedor momento de conexión entre personas”.
Apasionado asimismo de los museos, Elliott Erwitt pasaba horas y días enteros recorriéndolos, atraído porque “proporcionan irresistibles muestras visuales de ciencia, historia, pintura y escultura en edificios que son en sí mismos obras de arte”.
A señalar también que una particularidad de sus fotografías es también el frecuente uso de puntos de vista inusuales, ya sea desde la perspectiva de un niño o incluso de un animal, a fin de confrontar al espectador con una visión inesperada del mundo.
