La mexicana Liza Ambrossio lleva instalada cinco años en España. Es una artista nómada con raíces en Italia y Francia, pero también en Asia, especialmente en Japón. La síntesis de todo ello, imbuida además por lo que ella llama mis “pesadillas lúcidas”, la plasma en la exposición ‘Naranja de sangre’, inaugurada en la Casa de América, que ya va cogiendo velocidad de crucero en la organización de actividades presenciales.
La artista, contagiada de la estética de la contracultura japonesa y de los rituales aztecas del sacrificio humano como una forma de poética, mezcla en su proyecto performance, intervención de espacio, vídeos, instalaciones, prácticas de manipulación psicológica, ciencia ficción, eroguru e incluso brujería.
“Poseo la sospecha –explica Ambrossio- de que para ser verdaderamente libre es necesario ver morir a tu padre y matar a tu madre. ¿O era al revés? Una sección de mi mente permanece en la oscuridad. Todo me resulta afectivamente desconcertante, amorfo, extraño… ¿Estoy embrujada? ¿O soy yo la bruja?”
Le pregunto por el origen de tan inquietantes reflexiones, plasmadas en esta exposición, auspiciada asimismo por PhotoEspaña y la Casa de Velázquez, y lo define sin titubear: “Es un retrato contemporáneo del caos, que apela a sublimar la muerte emocional que decidí darle a toda mi familia para poder curarme del odio, la rabia y la tristeza que sentía por la ortodoxia machista en la que fui educada”. Y concluye señalando su relato artístico como un exilio necesario, que le ha llenado de obsesiones relacionadas con el encuentro y la búsqueda de “mis demonios”.
Es una experimentación que conviene contemplar a la luz del día, desde el retrato del Niño índigo a la pieza escultórica del pez disecado. Liza Ambrossio practica la libre asociación investigando su malestar en la cultura por diversos conflictos contemporáneos a partir del terror individual y la hipótesis de la posesión de un trastorno psicológico que ella autodenomina “psicosis paranoica del sueño”. En esta nada lejana reminiscencia de Freud hay mucho trasfondo de neurociencia y neurofisiología entrelazadas con la historia del arte.
Prelibros
Asimilado el impacto emocional que provoca la exposición de Liza Ambrossio, la Casa de América también ha llenado sus galerías Frida Kahlo y Torres García con otra exposición, dentro de ARCOmadrid, de varios artistas procedentes de Latinoamérica.
Auspiciados por la Fundación Chile-España y las Embajadas de México y Chile, ocho artistas participan en la sección Opening en la feria ARCOmadrid, ofreciendo al público español otros modos de existencia de sus obras.
Juan Sebastián Bruno, Fernanda Laguna, Alejandro Leonhardt, Anna Mazzei, Andrés Pereira Paz, Liv Schulman, Juan Diego Tobalina y Johanna Unzueta exhiben piezas que el diseñador y pedagogo Bruno Munari denominó Prelibros, una serie de elementos que permiten que aquellas personas que nunca se han interesado por “estos objetos llamados libros” comiencen a hacerlo. A modo de solución material descubre objetos que “son tan solo estímulos visuales, táctiles, sonoros, térmicos o matéricos”.
Las piezas de Prelibros, enviadas a través de distintos sistemas diseñados para compartir datos y el correo postal, exploran variables de materialización y procedimientos vinculados a la traducción o el rehacer. Esos modos de reproducción son el punto de partida material y conceptual de Prelibros. El conjunto de piezas resultantes promueve formas colaborativas, y al decir del comisario Mariano Mayer, desarma las connotaciones de fijeza asociadas al libro y expone un uso artístico por fuera de las connotaciones narrativas o interpretativas.
Rebeca Guinea, directora de Programación de Casa América, hace con ambas exposiciones, que podrán verse hasta los últimos días de julio, una apuesta tan arriesgada como vanguardista en estos primeros y balbuceantes primeros pasos de la pospandemia.