Probablemente no existan otras preguntas como las tres que se formulan todos los seres humanos a través de todas las épocas en que les haya tocado vivir: ¿Qué ocurre cuándo morimos?, ¿Qué pasa con nuestra consciencia?, ¿Se puede sobrevivir a la muerte cerebral?
A tan gigantescos interrogantes intenta responder el escritor francés Stéphane Allix (Boulogne-Billancourt, 1968), periodista, corresponsal de guerra y realizador de televisión. Lleva veinte años investigando y entrevistando a científicos, principalmente neurólogos, tras sumergirse en las culturas, ritos y hallazgos de pueblos milenarios, en los que ha descubierto muchas de las teorías que ahora irrumpen como novedad en el mundo desarrollado del siglo XXI.
Como resumen y corolario de todos esos años y de sus libros y artículos precedentes, Stéphane Allix publica ahora La muerte no existe (HarperCollins, 429 págs.), en donde desgrana cómo las investigaciones en medicina y neurociencia, así como los innumerables fenómenos inexplicables en torno a la muerte, sugieren que nuestra consciencia posee una dimensión espiritual.
¿Confirma que hay otra vida cómo sugieren las religiones?
No soy teólogo para adentrarme en ese debate. Desde luego, no estoy en la línea de encontrarme después de la muerte con un Dios-Juez, que premie o castigue según un comportamiento previo, que no parece exigírseles de manera idéntica a un cristiano o a un musulmán, por ejemplo. Lo que sí creo es que existe una continuidad, donde la consciencia se ha despojado del cuerpo en el que se alojaba.
A eso se le llama alma, al menos en la civilización cristiana occidental.
Ya digo que yo no soy teólogo, pero sí he logrado experimentar por mí mismo esta dimensión espiritual a través de vías alternativas y prácticas espirituales milenarias como el chamanismo.
Si hay algo que realmente fascina a todo ser humano es saber lo que hay al otro lado de la vida.
Desde luego, y son muchos los testimonios de gentes de toda edad y condición que han sufrido una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM). En la práctica totalidad de los casos que he recopilado, y de los que he conversado, incluso con los médicos que trataron a esos pacientes, afirman haberse encontrado con una luz brillante y de una intensidad desconocida, al tiempo que disfrutaban de una sensación de paz extraordinaria.
Pero, no todos llegan a admitir tal fenómeno como algo sobrenatural.
El cerebro es un órgano muy particular. Negar esa dimensión tampoco es nuevo. El éxtasis chamánico, por ejemplo, ya determinaba un esquema cerebral específico hace miles de años: imaginación, sueño y alucinación. Sin embargo, me he volcado en contrastar los ejemplos de ECM con científicos y especialistas neurológicos, y coinciden en que hay numerosas pruebas de que los que han pisado los umbrales del más allá no han experimentado alucinaciones, sino que lo que cuentan lo han visto y vivido realmente.
¿Dónde está la consciencia?
He tratado de poner en evidencia que no se halla en la actividad cerebral, y no está tampoco ligada a un mundo material. Es inmortal. No está en nuestra realidad. El cuerpo de una persona muerta es desconcertante. Cuando tenemos la oportunidad de mirarlo de frente, no digo ni siquiera tocarlo, rápidamente vemos que algo no encaja, que algo nos falta. Ya desde los primeros instantes, la piel toma un color irreal, como si de viva pasase a “artificial”. Sentimos la ausencia, el vacío y, sin embargo, el cuerpo tiene todo el aspecto de la persona que conocíamos. Pero “ella ya no está”.
Fue precisamente la muerte, en accidente de automóvil en Afganistán, de su hermano Thomas lo que le llevó a sumergirse en los problemas de la vida y la muerte y en las experiencias sobre la muerte inminente (EMI), que le llevarían a fundar el Instituto de Investigaciones sobre Experiencias Extraordinarias (INREES). Abandona el reporterismo de guerra para zambullirse en la “exploración de las facetas invisibles de la consciencia humana”, cuyos hallazgos en catorce publicaciones corona ahora con este libro.
Lo narra como una sucesión de conversaciones con su hija, Luna, a la que le va contando sus entrevistas con médicos, investigadores, chamanes y personas que hayan vivido esas experiencias cercanas a la muerte. “Luna tiene ahora 27 años -dice-, y creo que, a ella, como a todos los que se acercan a este libro les proporciona tranquilidad”.
Allix señala que la inmensa mayoría de las personas prefiere obviar los temas que acentúan sus miedos, entre los que están obviamente la muerte o determinadas catástrofes. “Sin embargo, creo que cuanto más sabes mirando de frente a los problemas o planteándote las preguntas que siempre te están rondando en la cabeza, menos miedos tienes”, concluye categóricamente.