
“Tendremos un gobierno mundial guste o no guste. Sólo falta saber si lo alcanzamos por consenso o imponiéndolo por la fuerza”. (James Paul Warburg)
“Europa debe ser el laboratorio para el Gobierno Mundial”. (Javier Solana G20)
Frases como éstas de un banquero y de un político, deberían alertarnos de lo que viene preparándose desde foros, clubs y organizaciones cuya discreción es la base de su actividad. En todo caso, el resultado de sus decisiones y actividades, asoma tibiamente de vez en cuando frente a quienes vamos sufrir las consecuencias en forma de crisis, conflictos bélicos prefabricados y, por lo que vamos viendo, una mayor desigualdad y pobreza en el mundo.
Orwell vaticinó en su día, como otros autores, lo que podía ser una futura sociedad bajo un estricto orden mundial gobernada por el “Gran Hermano” que no sólo era ficción, sino que va apareciendo cada vez más como una ligera predicción de la realidad actual, mucho más compleja y poliédrica.
En la semana del 11 al 14 de junio de este año, se reunía en el Hotel Interalpen de Telfs (Austria) el exclusivo “Club Bilderberg”, un grupo elitista de dirigentes para celebrar una de sus reuniones anuales, cuyo contenido y objetivos permanecen inéditos por un acuerdo de sus asistentes para no desvelar lo tratado. En España sólo ha trascendido la invitación hecha a la presidenta del banco de Santander y al secretario general del PSOE para asistir al encuentro, lo que viene a ser muy ilustrativo del carácter del mismo: política y finanzas, intereses públicos e intereses privados nuevamente confundidos en la cumbre del poder.
La invitación es personal e intransferible hasta el punto de que, sólo y exclusivamente, pueden asistir las personas objeto de la misma, sin escoltas, secretarios ni acompañantes. Un foro cerrado a cal y canto que nos recuerda en gran medida las puertas cerradas de la Capilla Sixtina para la elección del Sumo Pontífice. “Capillas” y “capillitas” donde se discuten intereses muy diferentes probablemente a los de las sociedades respectivas, de quienes ellos se suponen representantes, pero que acabarán pagando las consecuencias de las discusiones y debates, tanto en sus aspectos positivos (si los hay) como negativos. Un foro privado en el que —al parecer— “sólo se celebra un debate amistoso y extraoficial entre miembros influyentes de la comunidad empresarial al que se invita a políticos para compartir experiencias personales y profesionales”.
El club adoptó el nombre del Hotel Bilderberg de la localidad de Oosterbeek en Holanda, al producirse el primer encuentro en el año 1954 de quienes se consideran las “personas más poderosas del planeta”, por iniciativa de la casa real holandesa (cuyo príncipe Bernardo aparece como fundador) y la familia Rockefeller para debatir sobre el futuro del mundo, si bien parece que el verdadero gestor del mismo, el que movía los hilos, era el jesuita Rettinger. Desde esa fecha hasta la actualidad se han seguido produciendo estos encuentros cuyos participantes tienen el denominador común del poder político, económico o social y, de los mismos, parece surgir la necesidad de un Nuevo Orden Mundial (NOM) en todo el planeta con independencia de las naciones, estados, culturas, razas, religiones y personas, bajo el gobierno de unas élites impuestas. Una sustitución del “demos” popular por el “aristos” elitista, lo que supondría la destrucción progresiva de las instituciones que han ido conformando las civilizaciones, el pluralismo ideológico y social o las libertades conquistadas por generaciones sucesivas a lo largo y ancho del mundo. Un sistema homologado de vida (si es que se la puede llamar así), tutelada por ese NOM, con capacidad de decisión sobre nuestro presente y futuro.
Al mismo tiempo, la llamada Comisión Trilateral creada en el año 1973 (¡qué casualidad!) por el mismo Rockefeller, cuya primera reunión se celebró en Tokio entre el 21 y el 23 de octubre de 1973, parece tener los mismos objetivos en el orden económico, basados en la concentración de riqueza en unas pocas manos que, de esta forma, controlarían a la población, a sus gobiernos y a las instituciones públicas y privadas sometidos a un endeudamiento progresivo, tal como los hechos de la última crisis parecen demostrar. Las regiones en que han dividido el mundo es Norteamérica, Europa y Asia-Pacífico. Sus reuniones —al igual que sucede con Bilderberg— gozan de absoluta discreción y de protección institucional de los paises anfitriones con cargo a los presupuestos públicos (pagada por los contribuyentes) hasta el punto de parecer gozar de un status jurídico propio. Según Gary Allen en su obra “The Triangle Papers”, dicho control de la economía mundial se basaría en: renovación del sistema monetario mundial (ya tenemos las tarjetas de crédito y se plantean nuevas monedas tipo “bitcoin”), endeudamiento progresivo de los estados, ampliación del comercio (tratados como el TTIP) y crisis energética para asegurar el control de las fuentes.
Otras organizaciones similares se multiplican bajo diferentes nombres en lo que quizá podría considerarse un preocupación altruista y generosa de sus miembros por los muchos problemas que van configurando el futuro incierto de un mundo en franca descomposición, si no fuera por la existencia de una duda razonable sobre el origen de tales problemas y el verdadero interés de tales grupos. Todo ello además pone en cuestión la existencia de los propios gobiernos nacionales e instituciones públicas internacionales (so pena de que sean meras correas de transmisión de tales organizaciones, como en algunos casos parece, lo que podría explicar su desprestigio actual).
Es evidente que corresponde a la privacidad de estos clubs (cuyo carácter jurídico transnacional se ignora así como su mantenimiento financiero) el poder reunirse y hablar sobre todo lo divino y humano que les parezca oportuno, siempre que lo tratado no pueda condicionar la vida de las personas, pero quizá pecaríamos de ingenuos al pensar que es sólo la benevolencia de determinadas élites el objetivo de sus muchas actividades, tal como parecen mostrar muchos de los trabajos de investigación realizados sobre ellas.
La cuestión básica es si estamos ante el diseño premeditado de unas formas de sometimiento de la sociedad a modelos establecidos, cada vez más restringidos en las libertades personales que, al final, pueden convertir a las personas en simples códigos de barras o hacerlas portadoras de un chip de control implantado con cualquier excusa. La obediencia ciega y hasta agradecida de las nuevas generaciones hacia todos los elementos tecnológicos producidos, las orientaciones sociales y las imposiciones por la supuestas amenazas hacia la seguridad de las personas, es el juego en que se nos ha obligado a participar bajo riesgo de ser excluidos, perseguidos o castigados por la “herejía” de pretender seguir aferrados a nuestras libertades.
Hemos visto cómo, desde las órdenes recibidas del ordenador o de los diferentes aparatos electrónicos “inteligentes”, no se deja al usuario ninguna opción propia. Cómo la obligada digitalización de documentos de todo tipo ajustados a formularios prefabricados, suponen un control permanente sobre lo que hacemos a lo largo del día: alimentación, compras, preferencias de ocio o entretenimiento, movimientos, amistades y relaciones personales, etc. Todo queda grabado en sistemas preparados para detectar cualquier “desviación” de lo correcto. Cómo a la facilidad para eliminar actividades laborales o profesionales (empleos) aumentando la dependencia de las cada vez mayores concentraciones financieras, industriales o corporativas, se une la pérdida de conocimientos, oficios y recursos. ¿Tiene todo esto que ver con la desindustrialización programada desde hace décadas (salvo en el sector informático y de servicios) en una sociedad de crecimiento cero?
El progresivo desmantelamiento del tejido industrial y la consiguiente pérdida de empleos y prosperidad ha conseguido crear un sentimiento de miedo en las poblaciones que, como una montaña rusa, han visto que, al aparente “estado de bienestar” con dinero fácil, ha seguido una crisis de emprobrecimiento generalizado y caída en picado de los niveles de vida a que nos habían acostumbrado, generando inseguridad y temor que es lo mismo que sometimiento y docilidad.
“Podemos derrotar la democracia, porque entendemos el funcionamiento de la mente humana…” decía Lord Alfred Milner ya en el año 1903 durante una reunión del llamado “Club de Coeficientes” británico en la que abogaba por una aristocracia, no de privilegios, sino de “comprensión y propósitos”. Este control de la población está destinado a la obediencia de la misma sin cuestionarse ningún tipo de órdenes y, en su diseño previo, colaboraría el que fuera asesor de Seguridad Nacional durante muchos tiempo en EE.UU. Zbigniew Brzezinski, cofundador de la Trilateral y socio de Kissinger, un “Bilderberg” de pura cepa como ha publicado el investigador Daniel Estulin. Una sociedad donde no caben más que gobernantes y gobernados tras la destrucción de las poderosas clases medias sometidas a un desequilibrio y desmoralización progresivos por el exceso de opciones (banales) ofrecidas, que les lleva a la apatía y a la resignación. A la “anomia” política diagnosticada por Dalmacio Negro. Sería el momento de la centralización internacional tanto en lo político (ONU), como en lo militar (OTAN) como en lo comercial (TLCAN) o en lo jurídico (TIJ) con un “estado de bienestar” socialista (no hay que olvidar el sentido internacional del socialismo y del marxismo) que premie a los obedientes y castigue a los rebeldes.
Por eso Orwell, desgraciadamente, como otros autores precursores en el anuncio de los cambios mundiales en el siglo XXI, no son unos fabuladores al uso, no hablan de ficciones imposibles, sino que alertan a través de sus textos de un horizonte de futuro que puede convertirse en una pesadilla para toda la Humanidad. Una pesadilla nacida quizá de unas buenas intenciones originales, pero es de esas “buenas intenciones” de lo que —dicen— está repleto el infierno.