«Se ha instalado la máxima de que gana el que mejor controla y dirige su discurso, su relato. Quedaron atrás los programas institucionales, los grandes debates donde se discutían abiertamente los planes políticos, económicos y sociales que cada uno ofrecía y cuyo objetivo era el de ofrecer las mejores y más creíbles alternativas para el futuro del país, superando en buena lid al oponente de turno. Ahora han cambiado las maneras y los modales en la nueva forma de hacer política, si es que lo de ahora es política. Las nuevas formas pasan por referenciar hechos que sean creíbles, lo de menos es que sean ficticios o falsos, da igual, se distorsiona maliciosa e intencionadamente la realidad. El único objetivo valido que se persigue es eliminar al oponente, cueste lo que cueste, con tal de obtener el beneficio propio.»
Venimos ya desde hace tiempo alertando de como las democracias occidentales han venido sucumbiendo ante el asedio y el auge del autoritarismo y esto es una cuestión que debería preocuparnos sobremanera a todos. Se postula hoy una tesis inquietante: como consecuencia del gran efecto que están teniendo las tecnologías digitales sobre la opinión pública, los ciudadanos no saben ya distinguir la verdad de la mentira. Esto nos lleva a hablar de posverdad para designar una fase de la cultura donde los hechos brillan por su ausencia dejando paso a las fake news que son las que están poniendo en grave riesgo a las democracias. Pero no conviene abrazarse de manera inconsciente a este dictamen ya que verdad y política se vinculan de manera enrevesada: no cabe duda de que abrazar un concepto firme de la verdad puede poner en riesgo la convivencia, dejarnos llevar por el relativismo es facilitar la instalación de un gobierno de demagogos.
Es urgente y necesario ya iniciar las reformas democráticas necesarias que nos permitan adaptarnos a los nuevos sistemas en los que nos han instalado, teniendo en cuenta que para llevar a efecto estos cambios no debe resultar necesario desmantelar todos los logros institucionales que se han conseguidos estas últimas décadas, en realidad, nuestro deber es construir sobre ellos. Por lo tanto, debemos y podemos llevar a cabo las reformas que se consideren necesarias para mejorar sobre lo que ya se ha conseguido.
La era de la hiperconectividad y la sobreinformación
No cabe la menor duda de que las nuevas tecnologías y la IA (estamos de lleno en la era de la hiperconectividad y la sobreinformación donde todos somos, tanto, receptores como emisores de mensajes, noticias y relatos ideológicos) han supuesto un cambio radical sobre las maneras y formas tradicionales de hacer política. Los métodos y los medios para acceder al poder están marcados por relatos poco fiables que son divulgados a través de los medios y van cargados de descalificaciones e insultos, la pretensión no es otra que el enfrentamiento y la división, el fin no es otro que llevar al límite la opinión y las necesidades del ciudadano para que este apoye y vote condicionado por la necesidad y la inseguridad como consecuencia de la situación de desamparo y desanimo que le provoca un relato perfectamente dirigido e institucionalizado por el poder dominante que todo lo controla y todo lo dirige.
Vivimos en una sociedad construida por un discurso o relato, desde el relato y para el relato. El engaño gobierna nuestras vidas, el engaño emocional está marcando la vida de los ciudadanos, ha pasado a someter claramente sus necesidades, ideas, comportamientos y acciones al ámbito de una ilusión casi teatral. El relato es la nueva herramienta de poder absoluto con la que producir, construir y destruirlo todo. La estrategia ha sido clara, crear un relato con un lenguaje ilusionante con el que dominar a las masas en la era de la comunicación global. Esa ha sido la prioridad establecida por todos los Gobiernos occidentales.
La masiva y fulgurante llegada de las plataformas digitales a todos los hogares del mundo ha dado lugar a que la ficción sea asumida como una realidad convirtiéndola en una falsa realidad. Hoy todas las personas necesitan y desean que les cuenten una historia que les trasporte a un mundo que se adapte a sus deseos, emociones y necesidades. Para ello no se ha dudado en utilizar un lenguaje plagado de eufemismos, figuras retoricas, giros y terminologías de un buenismo grandilocuente que, en realidad, es el instrumento perfecto que están utilizando para poder tener el control sobre la configuración de nuestra sociedad.
El poder del discurso de las emociones se ha trasformado en la narrativa del engaño, un escenario donde la ficción, como si se tratara de un opiáceo termina por moldear la percepción de nuestro entorno y de nuestra realidad. Contar para conquistar. Contar para dominar. Contar para asustar, para deformar, controlar, enamorar y provocar. Es un relato, un discurso para gobernarlos a todos generando un odio injustificado hacia algo o alguien, la agitación emocional en el discurso es un arma afilada que entra sin gran esfuerzo en el frágil e indefenso inconsciente colectivo.
Es un plan bien estudiado donde esta especie de relatocracia marca el camino a seguir para conseguir el poder político y económico absoluto, ahora las ideologías construyen relatos emocionales utilizando estructuras narrativas de ficción, lo que genera discursos que son asumidos como realidades incontestables por una gran parte de la población. La narrativa aristotélica se convierte en la herramienta perfecta para modificar y movilizar la masa social hacia una opinión prefabricada. Mantener la tensión, dominar el momento, fomentar emociones, crear un campo de batalla dialectico que genera bandos de protagonistas y antagonistas, de víctimas y verdugos, y, sobre todo, jugar a teorías de identificación emocional para construir realidades absolutas que se impregnan en la sociedad vestidas de poesía política al servicio de las ideologías.
Sociedad «zombificada»
Es la construcción de la zombificación social, donde los Estados procuran individuos cada vez más empobrecidos y dependientes para agudizar el carácter restrictivo e intervencionista de los Gobiernos, los cuales se disfrazan y parapetan, gracias al uso de la terminología del bien común, en supuestas democracias de corte mágico.
Los últimos acontecimientos políticos y movimientos –nacionales e internacionales– de los extremismos radicales de variado signo que se vienen imponiendo nos muestran cómo se está desmantelando el Estado de derecho y de bienestar. Es este un problema que tenemos delante de nosotros y que no debemos de ignorar y darle de lado, debemos afrontar y combatir con firmeza y decisión la amenaza que nos acecha y entender que está en nuestras manos la posibilidad de detener al espectro de la autocracia antes de que acabe con nuestras democracias. El presente está en el aire más que nunca y el futuro, aún por escribirse.
Hoy asistimos en todo el mundo a una contagiosa e incesante ola de descarados líderes populistas que, como los líderes totalitarios del pasado, obtienen gran parte de su poder al cuestionar la realidad, respaldar mitos, promover la ira y la paranoia y difundir mentiras. La retórica oficial de estos líderes y movimientos políticos, que, pese a moverse dentro del juego democrático demuestran palpablemente un gran desprecio por la democracia.
La mediocridad ha conquistado el poder, La corriente igualitaria que desde hace décadas recorre Occidente nos ha sometido al dictado de los más mediocres de la sociedad. Las elites gubernamentales, con la complicidad de los medios de comunicación y las grandes corporaciones, han exaltado sin escrúpulos las más bajas pasiones humanas con el fin de generar una homogeneidad que arrasa la desigualdad natural.
El resultado es una sociedad envidiosa, fanática y orgullosa de su servidumbre voluntaria a unos políticos que conocen la limitación intelectual de sus votantes. De esta forma, la belleza, la sofisticación, la meritocracia y la justicia han sido sustituidas por la vulgaridad de la masa.
Un magnífico diagnóstico. Enhorabuena.