El Mosad le seguía los pasos desde hacía mucho tiempo aunque no fue hasta 2018 que el entonces y ahora primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, presentaba a los medios informativos los documentos secretos en que aparecía Mohsen Fajrizadeh-Mahabadi como el científico jefe del programa nuclear de la República Islámica de Irán.
“Quédense con este nombre”, dijo entonces Netanyahu a los informadores. No sólo ellos, todos los agentes y contratados por el Mosad fijaron en su cerebro la supuesta imagen y el nombre de la persona a la que se atribuía la capacidad de dotar a Irán del arma definitiva para destruir a Israel. Un programa iniciado a mediados de la última década del siglo pasado, supuestamente congelado en 2003, y reactivado a toda máquina a partir de la ruptura por parte de Estados Unidos del Acuerdo nuclear, suscrito asimismo con la Unión Europea.
Que se había puesto precio a su cabeza era más que una sospecha. Este viernes, el día festivo en el mundo musulmán, Fajrizadeh ha pasado a engrosar las listas de “mártires” islámicos. El científico viajaba por carretera cuando en las inmediaciones de la ciudad de Absard su comitiva de vehículos fue atacada con granadas y disparos de fusiles ametralladores por un comando compuesto por un número indeterminado de hombres. Trasladado al hospital, Fajrizadeh no logró sobrevivir a sus graves heridas.
Como era de rigor el ministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohamed Yavad Zarif, calificó de “terrorismo de Estado” el ataque y señaló sin dudarlo a los servicios secretos israelíes como autores del atentado, además de anunciarles una venganza terrible.
Las sospechas sobre el Mosad se unen por supuesto a todos los movimientos acaecidos en los últimos días tanto en Washington como en Oriente Medio, en siete de cuyos países ha recalado en viaje de despedida el secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo. Este desveló haberse reunido el penúltimo día de su gira, en la ciudad saudí de Neom, con el propio Netanyahu y el príncipe heredero y hombre fuerte de Arabia Mohamed Bin Salman. Aunque la diplomacia saudí desmintiera la celebración del encuentro, la publicidad del mismo dada por Netanyahu, a quién acompañó en tal visita el mismísimo jefe del Mosad, todos los indicios apuntan a que en tal cónclave pudieron si no decidirse, sí tomar conocimiento de la operación que llevaría a cabo el Mosad para descabezar el programa nuclear del enemigo común, o sea de Irán.
Casi simultáneamente, en Washington habían crecido las sospechas de que el presidente Donald Trump, tras su derrota electoral y antes de traspasar el poder, intentaría un golpe de efecto resonante. Sospechas que se acrecentaron cuando pidió a sus asesores militares y de seguridad que le mostraran todas las opciones posibles para atacar las instalaciones nucleares de Irán.
Con tales datos podría asegurarse con toda certeza que, si no ha sido una operación realizada conjuntamente por norteamericanos e israelíes, y solo la hubieran realizado agentes del Estado judío, tanto la Casa Blanca como el Palacio Real de Riad habrían estado plenamente informados con antelación, e incluso habrían dado su aprobación y respaldo al ataque. El objetivo es común: cercenar las aspiraciones de Irán de dominar el Golfo y erigirse frente a Arabia Saudí en la potencia líder del mundo musulmán. Y, por supuesto, eliminar la amenaza sobre Israel, convencido éste de que el Irán de los ayatolás jamás cejará en intentar destruirle.