Cuando recientemente asistía a unas jornadas sobre “Ciberpolítica” en las que —con cierta ingenuidad— se debatían nuevas formas de acción política por la libertad que brindaban las redes sociales, no se había destapado aún el escándalo del espionaje político y personal a través de esas mismas redes, donde los defensores de la libertad operaban con la suficiencia del poder mal entendido. Un poco después aparece la noticia del espionaje en las cumbres de los países desarrollados, creando una alarma sin precedentes y haciendo tambalear el incierto equilibrio mundial.
El mundo de “los espías” tiene su sentido básicamente en dos aspectos: el informativo y el preventivo que pueden chocar muchas veces con los derechos de las personas en aras de una supuesta “seguridad nacional”. Cruzar la raya —o la línea roja como se dice ahora— entre lo justificable moralmente y lo injustificable, es tan difícil como tratar de andar en línea recta por el borde del mar, al final te mojas los pies o algo más.
Asimismo, la tentación de hacer un mal uso de ese extraordinario poder autoconcedido desde el propio poder delegado de los gobiernos, es tan fácil como la propia naturaleza humana y su debilidad por sí misma. Son muchos los frenos y controles que ese poder necesita para evitar la extralimitación en sus funciones y su sujeción objetiva a los fines para los que se creó.
Han sido muchos los ejemplos (malos ejemplos) de poner al mundo del espionaje al servicio de intereses particulares, subordinando a éstos la faceta institucional que tiene o deben tener las agencias de información. Los casos reales se han visto acompañados de esas denuncias desde el mundo de la ficción en las que se confunde la “licencia para matar” de lo que son simples funciones públicas. Desde Watergate al agente 007 a veces la realidad ha superado a la ficción, demostrando como nadie está libre de ser controlado o espiado y los propios controladores o espías pueden ser al final víctimas de sus propios montajes.
El binomio libertad y seguridad adolece de un desequilibrio importante. Mientras la libertad es un derecho inalienable y permanente de las personas, la seguridad sólo puede plantearse ante situaciones puntuales y específicas, cuya justificación siempre es cuestionable. Todos recordamos las “armas de destrucción masiva” que se achacaban a un país para justificar su invasión, para encontrar posteriormente que no existían. ¿Un fallo de los sistemas de información o una justificación para una acción bélica unilateral? Dejemos así la pregunta.
El poder delegado de los ciudadanos para las administraciones públicas y sus gobiernos, no debería servir para actuar contra quienes tienen la soberanía para ejercerlo o delegarlo, al igual que el perro no debería morder la mano de quien lo alimenta. Sólo circunstancias extraordinarias podrían hacer posible esta situación a partir de una realidad total (no creada ficticiamente) de peligro para la seguridad de todos. El mundo de los servicios secretos actuando con privilegios especiales está lleno de luces y sombras.
Así, cuando se manifiesta y se trata de justificar el espionaje a miles de ciudadanos a través de los operadores más importantes de las redes sociales o de Internet, con el recurso de que gracias a ello se han evitado posibles atentados terroristas, se está pidiendo al ciudadano algo tan difícil como una fe ciega en la benevolencia de tales actos. En el otro platillo de la balanza la agresión directa a la intimidad de las personas y la coacción subsiguiente de la libertad por quienes dice defenderla, parece pesar más y más negativamente que los supuestos (por ignorados) logros conseguidos en pro de la seguridad.
La corrupción en el mundo de la política o de la sociedad no tiene un matiz económico solamente, sino que parte de la posesión de una información privilegiada, de un dominio de quienes la poseen sobre los que carecen de ella. Esta cuestión resulta clara para quienes desean adelantarse a los acontecimientos e influir en ellos en beneficio propio, sea de un estado, sea de una corporación, sea de un individuo. Cuando las razones son de estado, las actividades de espionaje parecen justificarse por ser un sistema habitual en el mantenimiento de las relaciones políticas e incluso comerciales, pero cuando se trafica con información ajena a esos simples controles desde intereses perversos o particulares, constituyen una flagrante vulneración de la libertad de las personas.
Las nuevas tecnologías han venido a aportar nuevas y eficaces herramientas de control sobre los ciudadanos en lugar de proporcionar -como muchos ingenuos creen- nuevas formas de libertad. Los pensamientos, opiniones, relaciones, contactos y hasta la creatividad de los ciudadanos, quedan encapsulados en sistemas operadores que pueden utilizarlos a su voluntad, conveniencia u obligados por fuerzas políticas para el bien común. Nada trasciende si el operador no quiere y nadie puede conocer ni suponer lo que se hace con tal almacenamiento de información. Todo queda bajo control orwelliano de quien se considera guardián de la ortodoxia en este “1984” que llega con retraso.
La globalización de estos sistemas tecnológicos permite además disponer de múltiples tentáculos informativos que, sin necesidad de acciones heroicas propias de las novelas y películas, proporcionan millones de datos que rebotan en los miles de sondas espaciales y satélites capaces de controlar lo que hace un bosquimano perdido en el Kalahari, lo que caza, cómo lo cocina y cuando se alimenta o descansa. Han conseguido además convencer a la población de unas maneras u otras de que el futuro está en sus manos y han creado dependencias, adicciones y controles sobre la vida de todos nosotros. El ciudadano por su parte, cada vez más inerme y dependiente ante estos sistemas, los sacralizará para creer en algo que está por encima de sus posibilidades de control. Ya no se cree en dioses a los que pedir protección o seguridad; los nuevos dioses tienen formas tecnológicas y nombres extraños a nuestra cultura y tradiciones. A ellos nos entregamos en cuerpo y alma, de ellos dependemos y por ellos vivimos. Lo que debían ser simples medios para facilitar nuestro desarrollo personal se convierten en los fines del mismo. Esa es la civilización. Ese es nuestro futuro si no logramos controlar al monstruo que hemos (que nos han) creado y al que mantenemos con toda nuestra energía.